San Valentín, obispo y mártir, nació en Terni en el 175 d.C. Valentín dedicó toda su vida a la comunidad cristiana que se había formado en la ciudad a cien kilómetros de Roma, donde arreciaba la persecución contra los seguidores de Jesús. El eco de los clamorosos milagros realizados por el santo, llegó hasta Roma y se difundió pronto por todo el imperio. El Papa San Feliciano lo consagró primer Obispo de la ciudad de Terni, y todavía hoy conserva los restos mortales. Su nombre está siempre unido al amor por un episodio que en aquel tiempo fue muy clamoroso: cuenta la tradición que San Valentín fue el primer religioso que celebró la unión entre un legionario pagano y una joven cristiana.
Hoy cuando se utiliza la figura de San Valentín como referencia al día de los enamorados, conviene, queridos novios, distinguir bien qué es el amor para que no sea distorsionado por el reclamo del consumismo. Amar no es sólo ni fundamentalmente un “sentimiento” como se afirma con frecuencia en la cultura ‘emotivista’ en la que vivimos. “Amar es desear el bien a alguien” es, por tanto, “un acto de voluntad que consiste en preferir de manera constante, por encima del propio el bien, el bien de los demás” (Papa San Juan Pablo II, XIX Jornada Mundial de la Juventud, 2004, n. 5). Los sentimientos, que como todo lo humano son importantísimos, están llamados a integrarse con la voluntad para hacer el bien al otro. La voluntad, que es un dinamismo inteligente, no debe seguir a los sentimientos que no estén ordenados al bien objetivo.
Sin embargo, lo cierto es que, aunque lo anhelemos, no siempre nos es posible preferir y realizar el bien del otro por encima de nuestro propio bien. La razón es que la herida del pecado original, nuestros propios pecados y el ambiente cultural en el que vivimos, nos inclinan fácilmente al mal. De ahí que tenemos “que volver a Dios para aprender a amar y para tener la fuerza de amar. El Espíritu, que es Amor, puede abrir vuestros corazones para recibir el don del amor auténtico” (Papa Benedicto XVI, Vigilia de oración con los jóvenes en la plaza de la Catedral de NotreDame. París, 12-9-2008). El paradigma de este modo de amar que se nos propone es Cristo crucificado dando la vida por nuestra salvación. Es de
la cruz de donde manan todas las gracias que pueden curar nuestro corazón para poder amar como Él nos ha amado. Amar siempre a Dios, a tu novia o novio, a tu esposo o esposa, a tus padres, incluso a tus enemigos, sin la gracia del Espíritu Santo es imposible. Memorizadlo. Como enseña el Papa Francisco “poder amar es un don de Dios, y debemos pedirlo” (Audiencia general, 15-3-2017). Necesitamos que la gracia de Jesucristo
sane las heridas del corazón y que el Espíritu Santo nos haga vivir en la lógica del don de sí.
Por otra parte, “se habla de amor a la patria, de amor por la profesión o el trabajo, de amor entre amigos, entre padres e hijos, entre hermanos y familiares, del amor al prójimo y del amor a Dios. Sin embargo, en toda esta multiplicidad de significados destaca, como arquetipo por excelencia, el amor entre el hombre y la mujer, en el cual intervienen inseparablemente el cuerpo y el alma, y en el que se le abre al ser humano una promesa de felicidad que parece irresistible, en comparación del cual palidecen, a primera vista, todos los demás tipos de amor.” (Papa Benedicto XVI, Encíclica Deus caritas est, n. 2). Y esto es así porque la sexualidad humana que nos configura como varón y mujer nos habla
proféticamente del amor nupcial de Dios por su Pueblo y de Cristo por su Iglesia. En todo caso debéis recordar que “si el hombre pretendiera ser sólo espíritu y quisiera rechazar la carne como si fuera una herencia meramente animal, espíritu y cuerpo perderían su dignidad. Si, por el contrario, repudia el espíritu y por tanto considera la materia, el cuerpo,
como una realidad exclusiva, malogra igualmente su grandeza. (…) ni la carne ni el espíritu aman: es el hombre, la persona, la que ama como criatura unitaria, de la cual forman parte el cuerpo y el alma. Sólo cuando ambos se funden verdaderamente en una unidad, el hombre es plenamente él mismo. (…) Ciertamente, el eros quiere remontarnos «en éxtasis» hacia lo divino, llevarnos más allá de nosotros mismos, pero precisamente por
eso necesita seguir un camino de ascesis, renuncia, purificación y recuperación.” (Papa Benedicto XVI, Encíclica Deus caritas est, n. 5).
Por todo ello os invito a aprender a amar y a crecer en el amor – que, como sabéis, siempre es concreto y desciende al detalle de la vida cotidiana – yendo “a la escuela de la Virgen de Nazaret para aprender a amar a Dios y al prójimo, y a estar siempre disponibles para realizar la voluntad de Dios” (Papa San Juan Pablo II, Audiencia general, 16-5-2001). Os
recuerdo que el noviazgo es un tiempo de discernimiento que debéis vivir con la gracia de Dios y guiados por la virtud de la castidad; de otro modo perderéis objetividad y libertad respecto a vuestro novio o novia y lo más importante: ofenderéis a Dios y al bello proyecto que tiene sobre vosotros. Por ello es necesario acudir a los sacramentos, escuchar la Palabra de Dios y dejarse ayudar por la comunidad cristiana: padres, pastores y catequistas. Cuando contraigáis legítimo matrimonio, amaros implicará, como grave obligación de justicia, entregaros totalmente el uno al otro al modo humano con el lenguaje del cuerpo y abiertos generosamente al don de la vida. Si no estáis dispuestos a donaros incondicionalmente, en cuerpo y alma y siempre según la voluntad de Dios, el matrimonio se verá privado de su razón de ser. Vuestro futuro matrimonio no es sólo para vosotros, está inserto en el plan de Dios y en la misión de amor universal de Cristo y de su Iglesia. Todas las personas han sido creadas por Dios con la vocación original al amor. Por eso conviene recordar que el amor al que estáis llamados “es la esencia de Dios mismo, es el sentido de la creación y de la historia, es la luz que da bondad y belleza a la existencia de cada hombre.” (Papa Benedicto XVI, Ángelus, 31-1-2010). Que San Valentín os conceda la gracia de descubrir el verdadero amor que dé sentido a vuestra vida. Como nos enseña San Pablo, el amor, participado de Dios, “es paciente, es servicial; el amor no es envidioso, no es jactancioso, no se engríe; es decoroso; no busca su interés; no se irrita; no toma en cuenta el mal; no se alegra de la injusticia; se alegra con la verdad. Todo lo excusa. Todo lo cree. Todo lo espera. Todo lo soporta” (1 Co 13, 4-7).
Con mi bendición y todo afecto,
+ Juan Antonio Reig Pla
Obispo Complutense
Alcalá de Henares, 13 de febrero de 2019