El Padrenuestro nos recuerda que todos hemos sido hechos hijos de Dios por Jesucristo, y que por tanto, todos somos hermanos y el trato entre nosotros debe estar a la altura del amor entre hermanos. ¿Qué es pues, esto de la filiación divina y que otras consecuencias conlleva?
Por su infinito amor Dios nos ha hecho sus hijos, elevando nuestra categoría humana a límites inimaginables, otorgándonos parte de su ser y de su divinidad para poder ponernos a su altura en un diálogo cercano, confiado, amoroso y amistoso. La relación que todo nacido tiene con su padre es la misma que Dios quiere que tengamos con Él a partir del bautismo.
Este precioso don es un divino tesoro que debemos cuidar y que tiene una consecuencia muy próxima: la filiación divina tiene como de seguido la fraternidad y la solidaridad. Esta consecuencia ecuménica se desprende de modo directo de esta realidad tan nuclear de nuestra vida como ha recordado recientemente el Papa durante el octavario por la unidad de los cristianos:
“La unidad de los cristianos es fruto de la gracia de Dios».
“Que todos sean uno, como tú, Padre, en mí y yo en ti, que todos sean uno, como nosotros somos uno” (Jn 17, 21).
El Papa Francisco habló mucho sobre esta unidad y la cultura del encuentro recientemente en uno de sus discursos durante la JMJ:
«Tantas diferencias no impidieron poder encontrarnos y estar juntos, […] celebrar juntos, confesar a Jesucristo juntos [… ]porque sabemos que hay alguien que nos une. […]. El padre de la mentira, el demonio, siempre prefiere un pueblo dividido y peleado, es el maestro de la división y le tiene miedo a un pueblo que aprende a trabajar juntos. Tenemos muchas diferencias, hablamos idiomas diferentes, todos nos vestimos diferente pero, por favor, juguemos por tener un sueño en común, y eso no nos anula, nos enriquece. Un sueño grande y un sueño capaz de cobijar a todos. Ese sueño por el que Jesús dio la vida en la cruz y el Espíritu Santo se desparramó y tatuó a fuego el día de Pentecostés.
Así pues, la filiación divina nos recuerda permanentemente la necesidad de orar para recuperar la unidad con nuestros hermanos de otras comunidades. Solo así, podremos construir un nuevo mundo y prepararnos para la instauración definitiva del del Reino de Dios.
No te olvides de rezar todos los días el Padrenuestro pidiendo por este don precioso y por las intenciones del Papa Francisco, principio visible eclesial de unidad.