Hoy en día nos llegan noticias duras sobre la Iglesia en todos los medios de comunicación. Esta reflexión de Carlo Carretto me ha ayudado a afrontarlas con paz:
«Qué discutible eres, Iglesia, y, a pesar de todo, ¡cómo te quiero!
Cuánto me has hecho sufrir y, a pesar de todo, ¡cuántas cosas te debo!
Querría verte destruida y, en cambio, necesito tu presencia.
Me has escandalizado mucho y, no obstante, me has hecho comprender la santidad.
No he visto en el mundo nada más oscurantista, más comprometido, más falso y no he tocado nada más puro, más bello y generoso.
Cuántas veces he deseado cerrarte a la cara la puerta de mi alma, y cuántas veces he pedido poder morir seguro en tus brazos.
No, no puedo desentenderme de ti, pues soy tú, no siendo completamente tú.
Y después… ¿a dónde iría? ¿A construir otra?
Pero no podré construirla si no es con los mismos defectos, con los míos que llevo dentro.
Y si la construyo será la mía, mi Iglesia, pero no la de Cristo.
Ya soy suficientemente mayor para entender que no soy mejor que los demás…
He aquí el misterio de la Iglesia de Cristo, verdadero misterio impenetrable.
Tiene el poder de darme la santidad y está formada de pecadores, del primero al último y ¡qué pecadores!
Tiene la fe omnipotente e invencible de renovar el misterio eucarístico y está compuesta de hombres débiles que están perplejos y se debaten cada día contra la tentación de perder la fe.
Lleva un mensaje de pura transparencia y está encarnada en una masa bruta, como es bruto el mundo.
Habla de la dulzura del Maestro, de su no-violencia, y en la historia ha enviado ejércitos a destruir infieles y torturar herejes.
Transmite un mensaje de evangélica pobreza y busca dineros y alianzas con los poderosos.
No, no me voy de esta Iglesia fundada sobre una piedra tan débil, porque fundaría otra encima de la piedra más débil todavía, que soy yo».