Creo que el mayor reto que tienen los jóvenes hoy es vivir en profundidad. El ambiente que les rodea les invita constantemente a la superficialidad, a pasar por encima de las cosas, sin llegar a extraer todo su jugo, sin enfangarse en una relación que les comprometa o en un ideal que les exija. Las sociedades occidentales les miman y superprotegen, invitándoles a la autogratificación inmediata. Muchos de ellos se sienten cómodos en esa situación, que no les exige grandes sacrificios y que les resulta placentera. Pero el precio que tienen que pagar por ello es muy caro.
Lo primero que les exige la sociedad del bienestar es dejar de cuestionar las cosas, aceptar el mundo tal como es, sin querer transformarlo. Pero cuando un joven cae en esta trampa, se puede decir que ha renunciado a su juventud, que se ha convertido en un viejo. Si algo es propio del joven es la rebeldía, el querer trabajar por un ideal, el soñar con un mundo distinto. Un joven que se dedica a jugar con la playstation, a mantener relaciones virtuales y consumir los productos que le venden, es dócil y manejable, pero ha dejado de ser joven.
Se le recomienda también no tomar muy en serio las grandes preguntas que todo ser humano –antes o después- tiene que realizar: ¿por qué estoy vivo? ¿tiene mi vida una razón de ser? ¿qué significamos en el universo? ¿por qué morimos? ¿qué pasará con nosotros una vez que todas nuestras moléculas se desconecten entre sí? Mejor vivir en Disneyland, en el ocio permanente, en la evasión. ¿Por qué enfrentarse a preguntas que nadie ha resuelto? La sociedad actual parece decir: no hagas preguntas, disfruta. Pero tengo la sospecha de que con ello el joven está renunciando a otro elemento fundamental de su vida: la capacidad de cuestionar, de preguntar, de buscar sin límite.
Aún más peligrosa me parece la tercera recomendación que la cultura actual realiza al joven: no te comprometas en ninguna relación seria, vive con libertad para elegir a quien quieras y cuando quieras. Pero, de nuevo, unas relaciones frívolas y superficiales sólo pueden generar personas frívolas y superficiales, porque las personas crecemos cuando amamos y cuando sabemos lo que es ser amados de verdad, hasta el fondo. Pero este amor no se puede alcanzar si no hay sacrificio, entrega y compromiso.
Por todo esto, mi recomendación a los jóvenes es muy sencilla: vive la vida, goza de ella, y para eso vívela en profundidad. No te conformes con vivir en un mundo domesticado. No dejes que la cultura actual te anestesie. Cuestiona el mundo, enfréntate a las grandes preguntas, ama con todo tu ser a los demás. Si así lo haces, entonces –sólo entonces- podrás estar en condiciones de enfrentarte al misterio más apasionante, un misterio de amor y de gracia cuyo nombre es Dios.
Francisco Conesa Ferrer
Obispo de Menorca