Hoy en día hay muchos cristianos que van a discotecas. ¿Está bien o está mal…? no lo sé, cada uno debe valorar. Lo que pretendo con este post es explicar una realidad que afecta profundamente a aquellos que las frecuentan.
Un cristiano no es una caja hermética. No somos gente alejada de la realidad, que practica una serie de enseñanzas y se autocomplace con ello. Al revés, estamos llamados a descubrir a Dios en todo lo que vemos, porque Él nos habla a través de todo lo creado. Esto significa estar abiertos a aquello que nos rodea, especialmente a las personas que tenemos al lado.
El corazón de Jesús, se conmueve con las personas. Percibe las necesidades de los que tiene alrededor y se preocupa por ellos. Esto le lleva a curar, a perdonar, a dar gracias a Dios por los dones de los demás, a aconsejar… en definitiva, el Corazón de Cristo siente, se preocupa, se compadece…
Cristo nos invita a tener un corazón semejante al suyo. De este modo, presentándole todo lo que percibimos en los demás e intentando hacer con ellos lo que Él haría participamos de su misión, que sana las heridas de la humanidad, las miserias, el dolor… y propone un camino de felicidad plena a todas las personas.
Ahora bien, nuestro corazón puede endurecerse. Esto pasa cuando nos cerramos a los demás, cuando los problemas ajenos dejan de afectarnos, nos dan igual. En las discotecas pasa esto. Son lugares que están llenos de miseria, de dolor… hay gente que busca consuelo en la bebida (y no lo encuentra), que va perdida buscando afecto, que no encuentra diversión en ninguna otra parte… Frente a esto, muchos cristianos suelen decir: «a mí qué, que hagan lo que quieran» o «yo solo he venido a pasármelo bien, puedo ir y no me afecta». E intentan divertirse con aquello que «mata» a otros menos afortunados que ellos.
Precisamente, se trata de eso, de que te afecte. Porque de otro modo irás envolviendo tu corazón y, al final, serás incapaz de amar. Pidámosle a Jesús que nos dé un corazón semejante al suyo: que no aparte nunca la mirada a los que nos rodean, para estar abiertos a sanar todo aquello que podamos.