El caso de Laura Luelmo ha vuelto a poner en portada la violencia machista. Se trata de un hecho duro, feo, incomprensible… realmente triste y desgarrador. Ha habido reacciones a nivel político, social y mediático. Todas van en la misma – y obvia – dirección: erradicar este tipo de actos.
En efecto, hay que poner fin a la violencia. Ahora bien, para encontrar una solución debemos identificar el verdadero problema.
Me parece muy impactante, y significativo a la vez, uno de los últimos retweet de Laura: “Te enseñan a no ir sola por sitios oscuros en vez de enseñar a los monstruos a no serlo, ESE es el problema”. El problema es no fijarse en este drama: el de un hombre que puede llegar a violentar a una mujer de esta manera. De un hombre que se ha convertido en algo parecido a un monstruo. Montoya será legítimamente castigado por lo que ha hecho, pero hemos de ser conscientes que está viviendo un drama profundo: el de una existencia sin amor. Una persona que ha hecho algo así denota una falta de amor impresionante…
Cristo siempre se fija en el pobre. Jesús mira con dolor a Laura, a sus familiares y amigos; pero esa amargura se hace más fuerte al fijarse en Bernardo Montoya: ¿cómo has llegado hasta aquí, tan lejos de mi amor, tan lejos de mí? El grito de Jesús es desgarrador… nos ha dado libertad para poder amar en plenitud, pero nosotros la usamos para apartarnos de Él. La autosuficiencia y el relativismo generan un individualismo que nos lleva a negar nuestra propia naturaleza, a ir contra nuestro origen: el amor.
Ante estas noticias los cristianos lloramos, nos duele que haya gente tan apartada de Dios. Sabemos que si nos falta su Amor, lo acabamos buscando en otras cosas: en los placeres, en el afán de poder, el orgullo… No nos apartemos de Cristo y pongamos su amor allá donde estemos, de este modo acabaremos con toda violencia.