1585. Guerra de los Ochenta Años. El Tercio Viejo de Zamora de la Infantería española, liderado por Francisco Arias de Bobadilla, se halla cercado por el ejército de las Provincias Unidas, en la isla de Bommel. Estos 5.000 hombres se encuentran rodeados por una inmensa flota enemiga, sin escapatoria posible. En estas circunstancias, sus adversarios les instan a rendirse, a lo que ellos responden que prefieren “la muerte a la deshonra”. Ante esta respuesta, los holandeses optan por finiquitar el asunto e inundar el campamento español, abriendo el dique del río Mosa. Esto genera que los hombres de Arias de Bobadilla busquen refugio en el punto más alto de la isla, el monte Empel.
La noche del 7 de diciembre, mientras cavaban una trinchera, hallaron enterrada una tabla con la Inmaculada Concepción grabada en ella. Interpretando esto como una señal divina, la colocaron en un altar improvisado y se encomendaron a Ella con todas sus fuerzas. Esa madrugada, unos vientos inusualmente gélidos helaron las aguas que rodaban a los españoles, de manera que los soldados pudieron andar sobre ellas y sorprender a los holandeses con una repentina emboscada, consiguiendo así una victoria sin precedentes.
Este grandioso triunfo, conocido como el “Milagro de Empel”, fue atribuido desde el primer momento a la acción divina de Nuestra Madre, lo que demuestra una vez más como Ella, de la mano de Dios, va guiando nuestro devenir en la historia.Además, para reiterar el carácter milagroso de la batalla de Empel, la regente Maria Cristina, en 1892, proclamó a la Inmaculada Concepción patrona del Arma de Infantería española.
En 1644, Felipe IV instituyó para el día 8 de diciembre, en todos sus reinos, la festividad de la Purísima (el Papa Clemente XI haría lo propio para la comunidad católica en 1708). Aún así, la veneración a la Virgen de la Inmaculada ya llevaba siendo común en lo que ahora es España desde muchos siglos atrás con Jaime I, Felipe II o el monarca visigodo Wanda ya en el 675, etc.
Es por ello que no extraña que bajo el reinado de Carlos III se fundara una orden consagrada a la Concepción sin mancha de María. Y no solo eso, sino que a través de una bula de Clemente XIII se la declaró patrona de todos los reinos y posesiones de la nación española. Esto incluye a numerosos países de Hispanoamérica que por aquel entonces eran colonias españolas, y que hoy día siguen conservando esta devoción con gran fervor.
Pocos años antes, en 1854, el Beato Pío IX había oficializado y difundido el dogma de la Inmaculada Concepción de María. EN 1857 colocó una estatua de la Purísima en la Plaza de España en Roma, declarando que “fue España la nación que trabajó más que ninguna otra para que amaneciera el día de la proclamación del dogma de la Inmaculada Concepción de la Virgen María”.
De este modo, se produjo el gran triunfo de Nuestra Madre. En este tiempo de Adviento, más que nunca, Ella nos recuerda que, si por una mujer entró el pecado en el mundo, también por una mujer nos vino la Salvación. Igual que Adán y Eva, Cristo y María nacieron puros y libres de pecado. Pero, a diferencia de ellos, que sucumbieron a la tentación, nos mostraron con Sus Vidas el camino hacia el Cielo: el triunfo del Bien.
Tenemos que agradecer tanto a Nuestra Madre aquel SÍ con mayúsculas que dio a Dios. Porque con ese sí a Dios, nos dio también un Sí a todos los hombres. Al convertirse en madre de Dios, se convirtió en Madre Nuestra. Ella es el Camino más rápido y fácil para llegar a Jesús. Por eso debemos pedirle que, Ella que portó a la Luz del mundo en sus entrañas, se convierta en Nuestra Iluminadora; que vierta sobre nosotros la Luz del mundo, Su Hijo Jesucristo, y que sea Nuestra inseparable acompañante en el Camino hacia la Santidad. Depositemos en María toda nuestra confianza y esperanza, pues, tal y como dijo a los pastorcitos de Fátima, “Mi Inmaculado Corazón triunfará”.
María Ramos