La final de la Copa Libertadores demuestra que la afición al fútbol se nos está yendo de las manos… Asaltar el autobús del equipo rival es algo insólito. Pero esto es solo el cúlmen de algo que se ha ido gestando desde hace tiempo. Es muy común, de hecho se ve como algo normal, asistir a un partido de fútbol y oír insultos contra el árbitro, los jugadores o aficionados del equipo rival, o incluso contra los jugadores o el entrenador del propio equipo… ¿qué está pasando?
En realidad, el deporte y la competición es algo muy enriquecedor. Es sano, ayuda a despejarse, facilita el desarrollo de muchas capacidades, hace crecer virtudes… El hecho de ser miembro un equipo también conlleva una responsabilidad, un cariño hacia los compañeros, unos valores que son vividos y representados… Repito: ¿qué está pasando?
Como vemos, el hombre muchas veces tiende a oscurecer realidades que son buenas. Podemos hacernos de un equipo, quererlo, apoyarlo – que está muy bien – pero acabar como enganchados a él, sin poder mirar más allá, obcecados, dependiendo inimaginablemente de sus éxitos y fracasos; pasando estos a ser la medida de nuestro estado de ánimo, de nuestras relaciones con los demás, de nuestros mayores deseos… Y lo peor de todo- que se esconde detrás de cada insulto – odiando o denigrando a personas concretas. En definitiva, algo en un principio bueno nos acaba esclavizando.
Esta esclavitud muchas veces es obviada por la gente: ya mejorarán, hay que hacer leyes, la educación… Todo esto pueden ser soluciones parciales, pero el cristianismo va a la raíz del problema, que la identifica gracias a la Revelación. El origen de todo mal es el pecado, es separarse de Dios, poner todo el afecto en algo distinto de Él (sobre todo en uno mismo). Ya vemos que «amar» un equipo de fútbol puede llevarnos a extremos insospechables, cuando lo ponemos por encima del amor a Dios o a los demás. Pero Jesús nos salva del pecado…
De hecho, Cristo nos invita a amar a los demás como Él nos ha amado, desde la cruz. Por ello un cristiano de verdad ama a todo el mundo. Sólo con este planteamiento, esta experiencia, los cristianos podemos iluminar el mundo del fútbol poco a poco. Estamos llamados a poner amor donde haya odio: a evitar esa crítica al árbitro, a parar las discusiones de fútbol, a decirle que se siente al amigo que insulta… Esto es lo que haría Cristo.