Hoy hablamos con el Padre Benjamín Clariond (LC), durante unos años ha sido el director de la Oficina de Información de los Legionarios de Cristo y Regnum Christi y hoy dirige una escuela en México.
Benjamín, aunque ahora no te ocupes directamente a la comunicación ¿Cómo ves la información en la Iglesia y en concreto con los jóvenes?
Considero que en los últimos años hemos dado pasos muy importantes en la Iglesia para poder comunicar mejor. Y es algo de vida o muerte, porque sin comunicación no puede darse la comunión entre personas, no se forma una comunidad, y podemos convertirnos en un archipiélago: un conjunto de islas, cercanas, sí, pero sin nada en común. El desarrollo de las nuevas tecnologías nos ofrece un nuevo modo de entrar en relación con otras personas, y, a Dios gracias, la Iglesia ha dejado de verlas como simples instrumentos para considerarlas un lugar de encuentro, un continente en donde tenemos que estar presentes para salir al paso de los millones de jóvenes que viven en ellos. Sin duda, hay mucho por hacer, pero es muy evidente el esfuerzo de grandes creyentes cercanos a los jóvenes. Pienso en mi amigo el P. Daniel Pajuelo, que como youtuber dialoga con tantas personas, o en Rafa Pou y Xavi Gutiérrez, seminaristas, que han lanzando un canal de YouTube llamado Hablando en Cristiano. En ambos lugares se ofrece un buen inicio para una conversación interesante que puede ayudarte a plantearte preguntas existenciales que llevas dentro, pero que quizás no has descubierto todavía.
Benjamin, hoy se oye en el Sínodo el verbo escuchar. Además de escuchar a los jóvenes ¿Que más tiene que hacer la Iglesia para ser cercano a las nuevas generaciones?
Para mi gusto, las palabras clave son escuchar, acoger, acompañar. Creo que muchos jóvenes se fastidian con una imagen de Iglesia que está llena de reglas y prohibiciones que coartan su libertad. Y quizás, por la intensidad de cada día o el deseo de tener resultados inmediatos, inmediatamente pasamos al «cómo debemos comportarnos»… y eso es un error. Lo primero es que podamos conocernos y que podamos descubrir las preguntas que llevamos dentro, para luego encontrar en Cristo las soluciones, el sentido, el propósito de nuestra vida. Y esto toma tiempo… La Iglesia, las personas de fe, debemos resistir la tentación de darle pan a quien no tiene hambre… Y más bien ayudarlas a descubrir esa hambre existencial que podrán saciar solamente si conocen a Jesucristo y lo que Él ha hecho por ellos. Es encontrar a las personas ahí donde se encuentran, y caminar junto con ellos para que puedan descubrir la Belleza que nosotros hemos encontrado y libremente acogerla.
Usted defiende que el cristianismo no tiene que temer el responder a las preguntas más difíciles ¿Qué preguntas hoy no tienen respuesta por parte de los jóvenes?
Son muchas. Y quizás no tienen respuesta porque los jóvenes no han encontrado quién las escuche, o porque no nos las hemos tomado en serio, o ellos no se han atrevido a hacerlas. Son preguntas difíciles… y van desde las clásicas como el sufrimiento de los inocentes si Dios es bueno, la visión cristiana de la sexualidad, hasta la falta de transparencia y de sentido de responsabilidad en el manejo de situaciones gravísimas, como pueden ser los abusos por parte del clero. Yo invitaría a los jóvenes a acercarse a preguntar. Y a los hombres y mujeres de Iglesia, y a las personas en la Iglesia a no temer responder con verdad y caridad, a no tomarse las dudas o críticas de los jóvenes como algo personal…
Desde hace un año dirijo un colegio en México, el Instituto Cumbres Alpes, con 1130 alumnos. Una de las cosas que más disfruto es reunirme con los chicos y chicas de último año de bachillerato y dejar que hagan preguntas… no te puedes imaginar las cosas tan maravillosas que suceden, porque empiezan conversaciones interesantes… aunque, también, hay que ser muy humildes (cosa en la que tengo que trabajar mucho) para no tomarse las críticas como algo personal, sino como una oportunidad de mejorar para ser más transparentes y más evangélicos.
El Sínodo de los jóvenes tiene además que abordar el problema de cómo descubrir, discernir, la vocación, ¿Cómo fue la suya?
La primera vez que se me ocurrió la idea de una posible vocación fue cuando tenía unos 13 años. Iba caminando con mis padres y hermanos en una plaza y de pronto esa idea se me clavó en el corazón. Mi reacción inmediata fue agradecerle a Dios por este gesto y recomendarle que mejor se fijara en mi hermano, Federico, que era mucho más bueno que yo y que seguramente sería un mejor sacerdote… Así que ese primer intento del Señor no salió del todo bien.
Más adelante, en el último año antes de la universidad, una chica del cole —¿conoces la chica popular e inaccesible para todos los chavales que hay en cada escuela? ¡Esa!— me invitó a unas charlas de cuaresma en una parroquia. Yo fui por la chica, no porque me importaran demasiado las charlas. Pero me impactó tanto ver ese día el crucifijo que estaba sobre el altar, que no me podía sacar de la cabeza esta frase: «Tú has hecho todo esto por mí. Y yo, ¿qué he hecho por ti?». Y así empezó un camino de dos años, con un sacerdote joven, muy prudente, que me fue acompañando, escuchando, ayudando a resolver mis dudas y temores… y decidí darle un sí a Cristo (que no fue fácil, porque había que dejar atrás un noviazgo estupendo, una carrera prometedora como ingeniero químico, y un largo etcétera). Pero yo he comprobado en carne propia que Cristo no quita nada de lo bello y bueno de la vida, sino que te lo da todo.
Hoy hay muchas comunidades religiosas, diócesis que sufren una crisis vocacional, ¿Cómo ayudar a los jóvenes a descubrir su vocación?
La vocación a la vida consagrada o al sacerdocio es un regalo de Dios para cada llamado y para la Iglesia entera. Creo que la semilla, plantada en el corazón de cada uno, puede florecer con la ayuda de Dios en una persona que busca vivir su vida cristiana con coherencia, a pesar de sus límites. Por ello, creo que si queremos que las vocaciones que Dios ha sembrado a manos llenas en el campo de la Iglesia hay que propiciar que los jóvenes tengan un encuentro personal con Jesucristo, que lo descubran como una persona viva, y no como una idea. Esto se logra en la oración, los sacramentos, la vivencia de la caridad. Aunado a esto, la experiencia de la comunidad: de ser acogido como uno es, de poder aportar para bien de los demás, es decir, no vivir de manera aislada, a poder tener alguien que te acompañe en tu camino de fe. En tercer lugar, creo que debemos cuidar la formación doctrinal, el conocimiento de la Palabra de Dios y de la fe, que nos ayude a tener parámetros objetivos que nos orienten, que nos sirvan de mapa en un mar a veces borrascoso. Y, finalmente, la experiencia del servicio, de la entrega a los demás, de practicar la misericordia. Creo que estos elementos pueden ayudar a que los jóvenes disciernan el modo concreto en que Dios quiere que realicen su vocación a la santidad, que todos compartimos. Y no temer tomar riesgos… Quien apuesta por Dios, nunca va a ser defraudado.
Muchísimas gracias P. Benjamin y espero que siga colaborando con Jóvenes Católicos.