El Papa Francisco está insistiendo últimamente mucho sobre la necesidad de hacer vida una palabra: discernimiento. Pero ¿para qué? Muy sencillo. Lo que se pretende con el discernimiento es conocernos mejor, situarnos mejor y poder decidir hacia dónde caminar. Así, engloba un aspecto de memoria, conocimiento, situación y dirección. Este discernimiento no es solo teórico, ¿qué hago y cómo?, sino que es, ante todo, práctico. Un discernimiento que no se ponga por obra es inútil.
Como habrás podido comprobar, hay muchos tipos de discernimiento, unos son más trascendentales y otros más banales. Siempre estamos discerniendo. Podríamos decir que el discernimiento está muy presente en la vida cotidiana: es fundamental.
Hoy nos vamos a ocupar del discernimiento de los sentimientos. Hace ya muchos años, allá por los siglos iniciales de la Edad Media, un monje llamado Evagrio Póntico hizo la primera clasificación de los 7 pecados capitales. ¿Cómo llegó a ellos? Por el discernimiento del espíritu que mueve al hombre a cada momento.
El Señor nos invita a examinar lo que hay dentro de nosotros, a la luz del Espíritu y alimentado con la oración, y lo que sucede fuera de nosotros. Así, la tristeza, la ira, la envidia… nos pueden decir mucho sobre nosotros mismos y servirnos como instrumento para seguir mejor al Señor.
Conocernos mejor a nosotros, nuestras reacciones ante los demás y ante la vida corriente y ordinaria, por medio del discernimiento cristiano nos lleva, a su vez, a reconocer los medios concretos que el Señor predispone en su misterioso plan de amor, para que no nos quedemos solo en las intenciones.
Imagina que, ante un compañero de clase, el típico que lo sabe todo y que se lleva todas las matrículas, reaccionas, sin conocerlo más profundamente, con ira, rechazo, envidia… No te está moviendo el Espíritu del Señor sino el del demonio. Pero discernir esta situación te puede ayudar a crecer en el seguimiento del Señor, si te dejas conducir por un mejor espíritu. Puedes rezar por él, alegrarte por sus buenas notas, acercarte a él para aprender y dar gracias a Dios por los dones que le ha dado. Si lo haces de corazón te estará moviendo ahora un espíritu bueno, que agrada a Dios, y no el espíritu inicial que te apartaba del buen camino.
Como ves, el discernimiento no es un mero autoanálisis ensimismado, una introspección egoísta, sino una verdadera salida de nosotros mismos hacia el misterio de Dios, que nos ayuda a vivir la misión a la cual nos ha llamado para el bien de los hermanos: ser sal y luz de la tierra.
Convéncete de que el discernimiento no es solo cosa de privilegiados, algo que se hace un par de veces en la vida o cosas por el estilo. Tu vida de discípulo de Jesucristo será un continuo discernir para poder hacer en cada momento la voluntad de Dios y ser cada vez mejor persona. Estos son los porqués del discernimiento. ¡No dejes nunca de discernir!