Ya lo decía Pablo VI en una de sus homilías: “muchos hablan de los jóvenes pero pocos hablan a los jóvenes”. Sin duda alguna, hay una gran necesidad de escuchar a los jóvenes en el mundo. Y no solo apreciar lo negativo, sino mirar el rostro positivo. Somos portadores de grandes recursos humanos y espirituales, como es la amistad, el voluntariado, la autenticidad en el testimonio o la llamada a una Iglesia que transmita más alegría y evangélica.
Durante estos días, en el Sínodo se han abordado muchos temas. Uno de ellos ha sido la soledad en la que viven muchos jóvenes. Durante las intervenciones, se ha pedido que no sólo esperen a ellos en sus parroquias, son los Pastores los que deben ir en busca de ellos. Muchos de los jóvenes viven en una «soledad virtual» que solo la Iglesia puede tener una respuesta auténtica para ellos.
La acogida de inmigrantes también ha sido un tema tratado y se ha invitado al recibimiento ya que muchos de ellos son jóvenes cuya dignidad se viola con tanta frecuencia. El término clave es solidaridad, recuerdan los Prelados, para que los jóvenes se sientan verdaderamente acogidos e integrados. También se ha centrado en la necesidad de trabajar para que no se vean obligados a emigrar, sino que puedan permanecer en sus respectivos países.
Uno de los temas centrales ha sido la llamada a la alianza IGLESIA-FAMILIA. La familia es la primera educadora de los niños. Debe ser un lugar de acompañamiento hasta la edad adulta. Es necesario que se revalúe el papel del matrimonio cristiano ya que, en muchas ocasiones, ha quedado distorsionado. Juan Pablo II ya dio algunas claves en su exhortación «Familiaris consortio», que consideraba que «la familia era labase de la sociedad y el lugar donde las personas aprenden por vez primera los valores que les guían durante toda su vida». Además, es un pilar que se representa y que es fundamental incluso para los que entran en el seminario.
Una de las conclusiones que han sacado sobre la familia es reflexionar sobre la figura paterna, totalmente necesaria para la transmisión de la fe y de la maduración de la identidad de los hijos. Por otra parte, se ha concretado que la mujer lleva también adelante este papel, en colaboración con el hombre, y nunca llevado a la competencia.