Hace unos días me sorprendió una cosa: uno de mis compañeros de clase no tenía un smartphone, tenía una reliquia arqueológica de la Edad de Piedra. Por tanto, solo podía recibir o enviar llamadas y mensajes de texto. Volvía yo de un verano en el que mi smartphone decidió abandonarme y yo, como pago, compré deliberadamente otro peor para solo instalar WhatsApp. Me sentía un héroe, pero ¡qué lejos estaba!
Si realmente nos parásemos a pensar el tiempo que dedicamos al móvil nos asustaríamos de los resultados. Entre WhatsApp, Twitter, Instagram, Facebook… y demás aplicaciones, más los continuos momentos en que dirigimos la mirada a la pantalla para ver si hay una notificación nueva, sale una grandísima cantidad de tiempo.
¡Cuánto tiempo desaprovechado! No porque sea malo el tiempo dedicado, sino porque se le ha dedicado tiempo en exceso. Luego para los grandes placeres de la vida, como leer, disfrutar de la familia y los amigos…, no hay tiempo porque lo hemos malgastado, lo hemos perdido y no volverá más. Así que, no hay tiempo que perder, hay tiempo que aprovechar mejor.
Cuando usamos tanto el móvil, o mejor dicho las aplicaciones que instalamos en él, se convierte en unos grilletes que nos esclavizan. Nuestro móvil ya no es un instrumento, sino un fin. ¡El móvil no me ayuda en mi vida, sino que vivo para el móvil!
¡Libérate de esas ataduras invisibles! ¡Dale su justo lugar! Cuando somos señores del móvil, y no al contrario, encontramos que el tiempo disponible se multiplica, que trabajamos de forma más rápida y eficaz porque estamos con todo el cuerpo y el alma en lo que hacemos. Así tendremos tiempo para nosotros, para los demás, para Dios, y no solo para una pequeña pantalla que nos encierra en un mundo irreal. ¡Hay vida más allá del móvil!
¿Señor o esclavo del móvil? Tú decides. ¡Que tu móvil sea un instrumento y no un fin en tu vida!