Fruto de un estupro, hoy es sacerdote

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Éste es un testimonio de amor y misericordia que publica Gaudiumpress:

Alfredo León Armijos, ecuatoriano, fue concebido en una violación, su madre, de tan solo 13 años, defendió su vida negándose a abortar. Con los años se hizo sacerdote, perdonó a su padre y lo confesó.

Es el Padre Luis Alfredo quien cuenta en primera persona su historia: «Yo podría estar en un tacho de basura, pero a mí se me dio la vida. Mi Madre, María Eufemia Armijos Romero, siendo todavía muy joven (…) limpiaba y cuidaba una casa en Loja para ayudar a sus padres y a sus siete hermanos. El dueño de la casa, aprovechando que estaba solo, abusó de ella y la dejó embarazada».

«A pesar del rechazo de su familia, que no quería que naciera el bebé -le golpearon en la barriga y le dieron bebidas para que abortara-, mi madre siempre defendió la vida de su hijo y, al verse sola y sin apoyo, oró y sintió en su corazón que el Señor le decía: Defiende la vida de ese niño».

«Nací yo con algunos problemas respiratorios, que el amor y cuidado de Dios Padre y de mi madre, me ayudaron a sanar».

Al cumplir sus 16 años tiene su primer encuentro con Cristo. Lo habían invitado a participar en la Renovación Carismática: «Aprendí de su amor maravilloso y comencé a predicar y a dar catequesis en todo lugar que Dios me ponía, como los autobuses y el correccional de menores».

Un par de años después, a sus 18 años, siente el llamado a la vida sacerdotal, y decide ingresar al Seminario de Loja muy a pesar de la oposición de su padre. Es ordenado sacerdote a sus 23 años. «Fue toda una bendición para mi vida», expresa.

Pero Dios tenía algo más para él. Unos años después, ingresa al Camino Neocatecumenal y paralelo a ello, su madre le cuenta cómo fue que llegó al mundo. «Esto marcó el punto de inicio para un camino de reconciliación de ambos. Ayudé a mi mamá a entender que no podía odiar a mi padre y que Dios la invitaba a amar su propia historia».

«Dios me permitía ser sacerdote no para juzgar, sino para perdonar, para ser instrumento de su misericordia, y yo había juzgado mucho a mi padre por todo. Un día llegó la reconciliación y, perdonando a mi padre, le anunciaba la vida eterna para él».

Ya con la vivencia del perdón en su corazón, un día su padre le llama y le dice que se quería confesar. Iba a operarse y tenía miedo: llevaba 30 años sin comulgar.

«Papá, usted merece el cielo, el perdón de los pecados, la vida eterna, que disfrute del amor de Dios, así como la Iglesia a mí también está haciendo ver el cielo», le dice a su padre.

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