El que es feliz está feliz y la felicidad es un bien que, como todos los bienes se difunde, se manifiesta. Un hijo de Dios no puede estar triste aunque eso no significa que no padezca dolor. Por eso a los cristianos siempre se nos ha dado muy bien vivir la virtud de la alegría.
De los primeros cristianos decían, con cierta envidia: mirar cómo se quieren; y ese quererse, ese vivir alegres es lo que era atractivo para unos hombres y mujeres que con grandes posibilidades económicas no disfrutaban de la vida.