Cuántas veces hemos escuchado el doble mandamiento del amor a Dios y a los hermanos, íntimamente unidos, distinguidos y no separables el uno del otro: “cuando a uno de estos, mis hermanos, se lo hicisteis, a mí me lo hicisteis”. Y cuando lo meditamos para hacerlo vida nos topamos con: “Señor, a ti te era muy fácil hacerlo. ¡Eras Dios hecho hombre!” Sí, Jesús era Dios, pero amó con corazón de hombre, el mismo corazón que tenemos.
La devoción al Corazón de Jesús no es el culto a una parte de su organismo y anatomía humana, es el culto y la devoción al mismo Jesús, a su persona entera. Es el centro del evangelio y del plan de salvación de Dios. El corazón, además del centro de nuestro ser y lugar del encuentro íntimo con Dios, es el símbolo del amor. Así, como Jesús tuvo un amor perfecto su corazón es para nosotros el perfecto símbolo del amor. Su corazón fue saturado de amor al Padre y a los hermanos.
El corazón habla al corazón, su Corazón al nuestro, ese corazón herido y traspasado de amor al nuestro siempre necesitado de amor. Así, elevado sobre la Cruz, máxima manifestación de amor a los hombres y a su Padre Dios, su corazón fue traspasado para que de él brotaran fuentes de aguas vivas. La grandeza del Corazón de Jesús no murió en la cruz, sino que herido de amor y traspasado por nosotros, llega con toda su fuerza como si siguiera caminando entre nosotros.
A poco que leamos los evangelios descubrimos actitudes de Jesús que brotan de su corazón: siente lástima, se conmueve, llora por la muerte de su amigo Lázaro… ¡un corazón totalmente humano! Igual que verdadero Dios era verdadero hombre, y al contrario que los dioses paganos su atributo divino no es la impasibilidad ante el sufrimiento sino la misericordia, fruto del amor.
Llegando hasta nosotros los beneficios del Corazón de Jesús cuyo fruto es la vida, ¿dejamos que nuestro corazón se configure con el Suyo para colaborar en la obra de su amor? Solo podrá ser posible agradeciendo a Dios todo lo que recibimos de Él, conmoviéndonos, sintiendo lástima… y ¡obrando! Amando, por tanto, con un corazón de hombre animado por el Espíritu Santo, que es Espíritu de amor.
Jesús, haz nuestro corazón semejante al Tuyo. Sagrado Corazón de Jesús, en Vos confío.