Dios sale siempre a nuestro encuentro. En nuestras manos está seguirlo o rechazarlo. Ésta es la historia de Tulio que el mismo no cuenta a través de la web Divina Misericordia:
Mi nombre es Tulio y esta es la historia de cómo fui salvado por Dios. Siempre me ha gustado el deporte y, siendo miembro de la Guardia Civil del Perú, pertenecí a la especialidad de salvavidas, de los que se arriesgan por salvar vidas ajenas.
Casado y con tres hijos menores, siendo de una familia católica, llevaba una vida normal, respetando siempre las reglas de la sociedad. Yo era consciente de la necesidad del amor y el cariño del padre y esposo que había en mi hogar; sin embargo, siempre solía escabullirme para dedicarme a los placeres del mundo. El precio de un pan para mis hijos, muchas veces me lo gastaba divirtiéndome con otras personas.
Llevando esa doble vida, quise ganar dinero fácil, por lo que no fue difícil que mi primo me convenciera. Un día se presentó en mi casa y me propuso entrar en el negocio de la venta de droga. Allí fue donde empezó mi vida en el mundo de las drogas, que al final me condujo a perder la libertad y estar actualmente recluido en el Penal Sarita Colonia de El Callao, en Perú.
Mi primera prisión: El Penal de Lurigancho
Uno nunca se imagina la magnitud de los problemas que esta decisión puede causar en su vida y en la de su familia. Una vez dedicado al tráfico ilícito de drogas, finalmente me detuvieron junto a mis cinco hermanos. Hace ya casi 12 años que dejé abandonada a mi esposa, a mis hijos y a mi madre. Recién ahora me doy cuenta de las crueles circunstancias familiares y sociales que les he hecho vivir.
De la noche a la mañana me encontré en un submundo desconocido, diferente, una vida en la que el más fuerte domina al más débil. Empecé a conocer lo que es una prisión por dentro, y vi con mis propios ojos la crueldad y la forma de vida que se lleva en esos lugares. Muchas vidas desperdiciadas por el consumo de esa fatal droga, que día a día acaba con la vida de tantos jóvenes que fácilmente caen y se vuelven completamente dependientes de ese vicio.
Quizá porque mi formación había sido diferente, de respeto a las reglas de la sociedad, me nombraron “delegado de deportes” y comencé a incentivar a mis nuevos compañeros a practicar el deporte y organizaba actividades deportivas para ayudarnos mutuamente. Pero es sumamente duro poder salir de ese mundo, aunque algunos no lo conseguían.
De traficante a drogadicto
Pero un hombre sin Dios es un ser débil e inseguro. Volví a caer, pero esta vez fue peor. De repente me encontré formando parte de los “consumidores” de drogas. Antes nunca había consumido, pero sucumbí con el mismo argumento con que cae la mayoría: trataba de calmar mis problemas. Así fue como llegué a exigirle a mi pobre esposa que me trajera dinero a la cárcel, aún sabiendo que yo no le había dejado ni un centavo. Ese vicio es un infierno, donde poco a poco uno se va quemando por dentro y hundiendo más y más en la miseria más tormentosa. De allí es muy difícil salir sin ayuda.
Traslado al Penal Sarita Colonia donde me encontré con Dios
Más de un año y medio pasé en ese infierno de las drogas, hasta que de repente surgió una luz para mi vida, una esperanza, un Dios que se hizo presente, o mejor dicho, que yo lo dejé actuar en mi vida. Me trasladaron al penal Sarita Colonia, conjuntamente con mi hermano. Allí fue donde el Señor empezó a actuar en mi vida a través de diferentes personas.
Mi hermana, que estuvo recluida en Santa Mónica, había logrado su libertad y venía a visitarnos. Recuerdo que al final de cada visita nos decía: “Les voy a dejar unos diez “soles” (moneda peruana) a cada uno, porque acá no hay en qué gastar.” Un sábado, luego de la visita de mi hermana, sus palabras no se me iban de la mente. Me llegaron al corazón a tal punto que proyectaron luz en mi mente y mi corazón y con profundo amor pensé en los míos. Recuerdo que yo mismo me dije: ¿Por qué no me guardo los diez soles que me da mi hermana para dárselos a mis hijos? Era la primera vez que me acordaba de ellos y de mi esposa. Recuerdo que le pedí al Señor que me diera fortaleza para vencer las fuerzas del mal, porque quería dejar esa droga maligna. Larga y dura fue mi lucha interior.
Finalmente, el domingo siguiente decidí dejar la droga. No me imaginé lo difícil que sería, ni todo lo que tendría que afrontar. Pero el Señor lo tenía todo previsto; sabía que yo solo no lo podría hacer. En esos días, la Renovación Carismática Católica de la Pastoral del Penal iniciaba un Seminario de Vida en el Espíritu Santo y me animé a participar. Allí aprendí a conocer a Dios, a amarlo y a dejarme amar por Él; a buscar y encontrar en Él la fuerza necesaria para vencer, no sólo las drogas, sino todos los males de este mundo.
El Señor es nuestro Libertador. Hace ya nueve años que dejé de consumir esa maldita droga, y no fumo cigarrillos ni bebo licor. No tengo palabras suficientes para agradecerle al Señor, ya que Él me llenó de su Espíritu para que mi vida cambiara. Antes yo vivía pendiente de cuánto dinero me dejaban mi esposa y mi hermana, pero gracias a ese cambio en mi vida, desde aquel momento empecé a preocuparme de buscar todo tipo de trabajos para ganarme unos cuantos soles y enviárselos a mis hijos.
La vida nueva en el Espíritu de Dios
Hace tiempo formamos nuestra comunidad católica en este Penal de El Callao y desde ese momento nos consideramos hijos de Dios y hermanos en Cristo. Los internos nos reunimos cada día para hacer oración y leer la Biblia, y en ella encontramos la paz espiritual y el alimento divino que necesitamos para llenarnos de amor, caridad y perdón para nuestros hermanos.
En esta comunidad sentí el llamado del Señor y la fuerza del Espíritu Santo para difundir la palabra de Dios en beneficio propio y rescatar a mis compañeros del vicio y del alcohol. Lo estoy realizando desde hace ya más de ocho años.
En mis oraciones le pido al Señor que me siga dando fortaleza, para poder orientar a mis hermanos, y que tenga paciencia conmigo, hasta que logre mi conversión definitiva. Como todo hombre, muchas veces soy tentado, pero pienso en Dios y es Él quien me da la fuerza necesaria para poder apartarme de la tentación. Mi fe en Dios hace que en cada amanecer sienta la esperanza de que muy pronto saldré de esta prisión.
La mano salvadora del Señor
Durante este largo período he recuperado mi autoestima y a mi familia. Estoy aún en la cárcel, pero me siento libre y feliz porque sé que tengo una familia unida. Mi amor a ellos es lo más inmenso que puedo brindarles, cuando antes se lo negaba. ¿Por qué le hice tanto daño a mi esposa?
Naturalmente le doy infinitas gracias al Señor por mi conversión. Yo encontré a Dios en la cárcel y hoy sé que Él me ama con un amor incondicional, a pesar de lo que hice. Me ama mucho, con mis defectos y virtudes. Sé que Él tomó la iniciativa de buscarme y llamarme. Hoy sé que yo no lo busqué, fue Él quien me buscó; me encontró y me llamó justamente en el momento en que más lo necesitaba…
Este artículo fue escrito originalmente en Julio 2007, Tulio Paredes se encontraba recluido en la Cárcel Sarita Colonia, de El Callao, Perú. Hoy en día Tulio es un hombre libre
Aquí puedes leer el artículo original: La historia de cómo encontré a Dios tras las rejas…