«Recuerdo cuando los médicos me dijeron: abórtalo, tu hijo será ciego. Me dijeron que nacería con una enfermedad congénita que le llevaría a perder la vista. Me aconsejaron abortar, pero no lo hice.» Hoy, ese hijo está vivo. Pero podría no haberlo estado. Hoy, Andrea Bocelli es una de las voces más genuinas que tiene la Humanidad para expresar lo que ella siente y significa. Pero el aborto podría habérnosla arrebatado para siempre.
Sé que el tema sobre el que estoy escribiendo es conflictivo, y por supuesto no está ausente de polémicas, conflictos ideológicos e intereses de todo tipo… Pero, ¿Qué hay más importante que hablar de la vida? Por eso, aunque los medios de comunicación y prácticamente la mayoría de fuentes de información hablen de «interrupción voluntaria del embarazo», hay que ser claros: privarle la vida a quien no puede defenderse, arrebatarle a quien aún no ha nacido su proyecto vital es un asesinato, porque arroja a ese ser humano que espera en el vientre de su madre a renunciar – sin él quererlo – a poder cumplir su papel en este mundo… ¡A ser protagonista de su propia historia!
Por muy tabú que sea el tema, y por muchas objeciones y ciertas excepciones, diríamos, «al límite» que se nos puedan presentar al respecto, la ciencia nos reafirma que, durante nueve meses no somos una amalgama celular que reside en un cuerpo portador (¿Para qué decir madre? ¿Para qué decir mujer? ¿Para qué decir ser humano?) sino que, desde el mismo momento de la concepción somos algo totalmente diferente y único: somos personas con dignidad desde ese mismo momento, desde el instante en que Dios imprime el alma en nosotros y encomienda nuestra vida a cambiar el mundo dando ejemplo vivo de Su Palabra. Es decir, si somos criaturas, si tenemos asignada una misión en el mundo, ¿No seremos nosotros, sino Otro, quien tenga que decidir sobre el curso de la vida de cada uno? Y como Dios nunca falla, ¿Quiénes somos nosotros para decidir quién vive y quién no? ¿Quiénes somos para privarle al mundo de alguien que puede transformarlo?
Vivir es el mayor don que posee cualquier persona. Es la manera con la que podemos dejar huella en este mundo, descubrir quiénes somos, por qué estamos aquí y hacia dónde nos dirigimos. Y sí, todos, absolutamente todos, sin excepción, tenemos una misión, «que os améis los unos a los otros» Y el primer paso para amar es respetar la vida de quien, como tú y como yo, tiene que transformar este mundo, quiere y debe ser luz en medio del mundo, arrasar con su ejemplo y demostrar que una vida en plenitud de amor y generosidad hacia los demás es posible y real. Es la hora de convencer al mundo de que merece la pena luchar por el regalo con el que Dios quiere que escribamos la mayor historia jamás contada: la aventura de vivir con la mirada puesta hacia los demás. Pero para eso, ¿No habrá que dejar de decidir quién ha de ser protagonista y quién no de esta historia?