Queridos Javier, Teresa, Blanca, Miguel, Alfonso y Nico:
Soy María y os escribo esta carta porque me siento muy cerca de vosotros. Acabáis de perder a vuestros padres y a vuestra abuela en un terrible accidente y me imagino que aún no os podéis creer que esto sea real. Hace un año, en un accidente en un ascensor, mi hijo mayor, José de 17 años, se fue al cielo de manera repentina con su novia Belén. No se me puede olvidar en ningún momento cómo se me rompió el corazón cuando me dieron esa noticia. Encontrarte con la muerte de personas tan importantes, de esta manera es algo que te destroza y que te provoca un enorme desconsuelo.
Supongo que estaréis llenos de dolor porque sois unos hermanos entre 18 y 8 años que necesitáis a vuestros padres y que de la noche a la mañana, les habéis dejado de ver y estaréis en vuestra casa echándoles de menos en cada uno de los minutos que tiene el día. Ellos se han ido con vuestra abuela al cielo unos días después de haber vivido la emocionante graduación de Javier y unos días antes de la comunión de Nico. ¿Quién puede comprender esto?, ¿cómo vais a digerir este episodio tan duro y tan inesperado?
Antes de nada, aunque no os conozco y nunca os he visto, quiero deciros que junto a otra mucha gente que de forma absolutamente incondicional os está apoyando, rezo por vosotros y me uno a vuestro dolor. Perder a vuestros padres y a vuestra abuela en un momento de la vida en la que tanto les necesitáis es una enorme faena. Este dolor va a ser muy profundo y nadie os puede ahorrar ninguna de las lágrimas que vais a derramar pensando en su ausencia física.
Pero también me gustaría hablaros desde otro lugar. Vuestros padres y vuestra abuela se han ido al cielo. Tras ese accidente trágico, Dios fue a recogerlos y se los ha llevado a un lugar en el que están viviendo en plenitud. Ellos están bien y de otra manera muy diferente, os van a cuidar y a seguir en cada minuto de vuestra vida.
No os han dejado. Se han ido a otro lugar. Los creyentes vivimos el dolor con la misma intensidad que las personas que no creen pero ese dolor, puesto delante de Dios, tiene un color de esperanza. Vuestros padres ahora, os van a querer como siempre, pero desde un lugar maravilloso en el que solo hay amor y bondad.
Le he pedido a mi hijo José que se vaya a las puertas del cielo a recibir con un abrazo a vuestros padres y a vuestra abuela. Estoy segura que desde allí nos están mirando y enviando todo su amor. Me encanta pensar en el cielo y ahora quiero explicaros cómo imagino que estarán vuestros padres viviendo este momento.
Imagino que estarán felices de haberse encontrado con Dios y sabiendo lo mucho que os quieren estarán planeando cómo, a través de vuestra familia en la tierra, de vuestros amigos, de vuestros profesores y de todas las personas que vais a conocer, van a extender una red de cariño y de protección para seguir cumpliendo su labor como padres. Estoy segura que desde este momento, ya estáis sintiendo sus caricias a través de personas que os están apoyando y consolando, y a través del enorme amor de hermanos que vais a ser capaz de amplificar desde ahora. Pues así va a ser en todo momento. Vuestros padres os van a seguir queriendo a cada uno de vosotros desde allí y van a seguir vuestros pasos cogiéndoos de la mano, aunque no les podáis ver con los ojos.
Vuestros padres son unas personas alegres y divertidas que van a conseguir que vuestra vida, a pesar de esta enorme faena, sea una vida plena. Ellos desde el cielo van a conseguir que os unáis más que nunca, que experimentéis entre vosotros un enorme cariño y una gran fuerza para superar los momentos que la vida os va a deparar.
Yo hablo con mi hijo José cada día y está conmigo en todo momento. Desde que él se fue al cielo, ya no tengo miedo y aunque hay días muy difíciles, siempre encuentro fuerzas para levantarme.
Pues así imagino vuestra vida de ahora en adelante. Ánimo, queridos Javier, Teresa, Blanca, Miguel, Alfonso y Nico. Tened muy alerta el corazón porque es ahí donde vais a recibir ahora el amor y la guía de vuestros padres y de vuestra abuela.
Nuestros familiares en el cielo nos han unido para siempre y algún día, cuando Dios quiera, nos daremos allí todos un fuerte abrazo y entenderemos lo que ahora nos llena de amargura y de desconsuelo.
Por cierto, José me ha pedido que os cuente las últimas novedades. Los tres –vuestro padre, madre y abuela- han llegado al cielo en cohete. Venían con una bondad sin límites y allí arriba, están haciendo una fiesta de bienvenida. Cuando estéis muy tristes, mirad al cielo y siempre, siempre, siempre les vais a encontrar. Nunca dejéis de hablarles, de contarles vuestras preocupaciones, de compartir con ellos vuestras alegrías porque ellos os acompañan ahora desde un lugar maravilloso en el que algún día, gracias a Dios, les volveréis a abrazar.
El dolor solo se cura con amor. Queréos mucho, con todas vuestras fuerzas y apoyad la cabeza en la Virgen.
Un fuerte abrazo, queridos amigos.
María Paramés