¿Cuántas veces hemos querido cambiar nuestro rumbo, darle un giro a nuestra vida? Nos damos cuenta de que, a veces, no seguimos buen camino y necesitamos un cambio. Descubrimos cosas nuevas y el mundo nos abre un abanico de posibilidades para que elijamos. Además, nosotros, los más jóvenes, que estamos en búsqueda continua, acogemos lo primero que se nos presente y estamos preocupados por realidades que no nos aportan nada. Queremos vivir, pero en el fondo ignoramos que vivimos.
Pero… ¿Y si también nosotros resucitamos? La resurrección no es solo una simple vuelta a la vida. Cuando Cristo resucitó, todos los que le seguían entendieron la resurrección a la luz de su vida, y su vida, a la luz de la resurrección. Para nosotros, ese acontecimiento, el mayor de toda la historia, tendría que ser esa llama que alumbrase nuestra existencia.
Dios no nos pide que seamos otras personas y desterremos todo lo que hemos construido o nos ha construido. Él, resucitado, seguía siendo el mismo, pero también era distinto. ¿Cómo podemos nosotros marcarnos esa diferencia?
Pues tal vez, necesitemos viajar para volver renovados o, a lo mejor, el cuerpo nos pida desconectar de todo para poder ver las cosas de otro modo o también, por qué no pensar en nuevos proyectos o nuevas metas….
Yo os sugiero una cosa cuando la alarma de la juventud nos zarandee: buscad a Jesús, buscad un sagrario, buscadlo en el silencio, en la belleza. Él se hará el encontradizo y da igual de qué forma. Recordad, está resucitado y quiere que resucitamos con él: que estemos alegres, que confiemos, que le sigamos, que amemos, que vivamos. Aquí está la diferencia de un buen cristiano que ha hecho de la resurrección oración, vida.
AWS