Tengo derecho a elegir el género que quiero. Tengo derecho a tener un hijo. Tengo derecho a divorciarme. Tengo derecho a abortar. Tengo derecho a… tengo derecho… Parece que si decimos que tengo derecho ya estamos legitimados a ello, parece que nuestras sentencias y nuestras opiniones tienen más peso porque… «como lo dice el derecho»… pero, ¿realmente?
Está claro que la ley educa y va calando poco a poco en la gente, no nos damos ni cuenta pero ¡es verdad! Antes ni se pensaba el aborto como una solución, pero ahora ya parece el pan de cada día porque está en la ley; antes cambiar de «género» (sexo) ni se nos ocurría pero ahora lo vemos en nuestro día a día porque así lo ha dicho la ley… De hecho, tenemos la mentalidad de que si el derecho lo reconoce es legítimo, pero ¡qué barbaridad! Y lo alarmante es que no nos damos ni cuenta. El derecho no es bueno porque se acepte, ni mucho menos… realmente debemos tener una mentalidad crítica ante aquello que nos regula, no podemos decir que está bien solo porque lo haya aprobado un parlamento, porque esté en una ley… ¡jóvenes, tenemos que ser audaces!
No hace falta tener estudios de Derecho para saber que toda ley, toda política debe fundamentarse y salvaguardar la persona humana, potenciarla a su máximo Bien, pero ¿verdaderamente es así hoy en día? Las leyes han manipulado por completo el lenguaje hasta transformar nuestra manera de pensar. El concepto de persona se ha menoscabado completamente porque ya no se ve la persona como un don, como un regalo, sino simplemente como un sujeto de derechos y deberes, pero sobre todo derechos. De esta manera, se ha perdido por completo la idea de don, pensadlo. Un hijo ya no es un don, parece que el hijo es un derecho «yo tengo derecho a ser madre porque quiero, porque puedo» pero, ¿somos conscientes de las consecuencias de pensar así? Estamos eliminando la dignidad especialísima del hombre. ¡El ser humano es templo del Espíritu Santo, a imagen y semejanza de Dios, tenemos una huella divina en nosotros! ¿Qué fuerte, no?
Y las leyes que se llevan aprobando desde los últimos años difuminan, desdibujan, erradican esta imagen del hombre, esta especialidad, esta excepcionalidad del ser humano. Ahora pocas cosas nos sorprenden, nos cuesta decir ¡qué maravilla que existas! ¡Qué bueno es que tú existas! Cuando leáis alguna ley, cuando os encontréis con alguna polémica, pensad: ¿qué idea de persona me están dibujando? ¿Qué pretenden con esta ley? ¿A qué nos llevará esto? ¡Nos jugamos mucho!
No olvides que Dios te ha creado, te ha pensado, estás hecho a su imagen y semejanza, ¡ERES TEMPLO DEL ESPÍRITU SANTO! Que se note.