Desde que empecé a estudiar en la especialidad de VIDA RELIGIOSA, he tenido que acompañar a muchas religiosas y algunos sacerdotes en el doloroso camino de cambiar de lugar… Hoy he querido compartir contigo estas letras que le envío a una de ellas
Querida hermana:
No pienses que te escribo estas letras con pena, ni tampoco convencido de que es una despedida. En realidad, no te escribo a ti sola, sino a todas las religiosas que he conocido y que, mejor o peor he intentado ayudar a seguir viviendo, a seguir rezando, a seguir siendo felices, haciendo la voluntad de Dios. No quiero que sea un adiós, sino un “volveremos a vernos”.
En primer lugar, quería darte las GRACIAS por tantos ejemplos que he recibido de ti, desde que te conocí. Gracias en el nombre de Dios, porque puedo hablar en nombre suyo, es más, debo hacerlo, soy ministro de su palabra. Gracias por haber dejado todo y haber regalado tu tiempo de cada día, de cada mes, tantos años sirviendo aquí y allá, donde Él quiso, o dónde te decían que Él quería. Dios no se deja vencer en generosidad, ya lo verás. Te lo devolverá, pero no sólo en el Cielo, también aquí. Jesús disfruta premiando los sacrificios, pocos o muchos, que hacemos por Él.
También quiero decirte que mucho ÁNIMO. Ya sé que cuando te marchaste quizás no había ni euros, que has salido poco a comprar, que has tomado pocas decisiones. También sé que la vida cambia y ahora tienes que intentarlo, tienes que decidir por ti misma, muchas veces sola, cosas importantes y poco importantes.
Quería contarte que Dios prepara un plan nuevo cada vez que tomamos una decisión, acertada o equivocada. Eso es lo de menos. Lo importante es confiar en en que Dios sigue siendo Dios para ti, con los mismos detalles de cariño, con su misma omnipotencia, con su providencia especial que siempre te ha mimado, con su perdón y, sobre todo, con el amor con el que dio su vida por ti y por mí. Aunque todos te dejen, Él sigue contigo, aunque otros te juzguen, Él no lo hace; y, por cierto, yo tampoco.
De todo lo que conozco de ti, lo que más me ha impresionado, siempre ha sido así. Y como tú, tantas otras, ha sido tu SILENCIO. También en sacerdotes que han sufrido, su silencio me impacta. Y con él, el deseo de seguir haciendo el bien a las personas que te han hecho daño, el no permitir que nadie les haga mal ninguno, el celo de amor a la Iglesia que sigue vivo dentro de ti, como Andrés… No sabes quién es, pero un día te lo contaré. Aprendí mucho de aquel chico. Cosas de sacerdote, ventajas o desventuras de haber estudiado Derecho Canónico. Bien le decía yo a mi superior que no quería estudiarlo, pero me contestó que podría ayudar a personas que si no, sería imposible y nadie ayudaría. Lo de Andrés fue un ejemplo de que el Padre llevaba razón. Y tú, tú eres otro.
Hace unos años, un sacerdote amigo tuvo que marchar de donde estaba. Al despedirse del Padre Cano, mi profesor de religión desde que era pequeño, le dijo: “Ánimo, en todas partes se puede ser santo”. Hoy, al escucharlo me he acordado de ti, de ella, de la hermana de Polonia, de la de Madrid, de la de Tarragona, de tantas y tantas que un día te trataré de explicar. Creo que Dios me pone en sus caminos, para seguir transmitiendo esa ESPERANZA que parece que se pierde, pero que sigue presente en el interior de cada corazón de los que como tú, aman así a Dios. Nunca la pierdas, trata de transmitirla donde estés. Es lo único importante.
Me alegro mucho de haber podido escribirte, y mucho más de haber sabido ser breve, porque me dicen que siempre me alargo mucho. Da recuerdos a tus papás, a tu familia toda. Nos vemos pronto, cuando Dios quiera, no te olvides de rezar por mí. Sigue tu camino, el que te haga vivir más llena del Señor, y si te acuerdas, cuando llegues, donde vayas, escríbeme desde allí.
Te quiere, lo intenta demostrar y se deja querer: P. Antonio María+
Fuente: Se llenaron de inmensa alegría