Acaba de volver a casa tras sufrir un infarto e intenta poner una nota de humor. «Ya he pasado por dos de las tres “C”, espero que no me arrolle un camión los próximos días».
Los tecnicismos y la precisión con la que Jorge Fernández Díaz (Valladolid, 1950) explica el proceso de cáncer de hígado que le fue detectado hace dos años es asombroso. En ocasiones parece que en vez de tener enfrente al ex ministro del Interior, es un oncólogo el que detalla el historial de su paciente. Está más delgado y muestra cierta fatiga al respirar, pero su mente sigue a mil por hora. Acaba de llegar hace unos días a su casa de Barcelona tras sufrir un infarto agudo de miocardio. Quién lo diría. Recibe a LA RAZÓN en su vivienda del barrio de Sarrià con dotes de buen anfitrión e incluso tira de humor para restar importancia a sus «incidencias» sanitarias de estos dos años. «Ya he pasado por dos de las tres “C”, cáncer, corazón, espero que no me arrolle un camión en los próximos días», dice entre risas, en alusión a la fatídica tercera letra. Aunque muestre su mejor cara, Fernández Díaz ha pasado por momentos críticos y no lo niega, pero le gusta mirar al futuro y agradece a su familia, a Dios, y por supuesto a los médicos, estar aquí para contarlo. Todo comenzó a principios de 2016. El detonante, un inusual cansancio. Su ángel de la guarda, su esposa Asunción.
«Mi mujer me insistía en que no era normal la fatiga que sufría aquellos meses. Es cierto que no era algo que pudiera atribuirse al estrés, pero yo no consideré que fuera importante. Me acababa de hacer un chequeo completo hacía ocho meses y todo estaba bien. Pero mi esposa no estaba tranquila así que para Semana Santa organizó un viaje a Fitero, una localidad de Navarra con la que mantengo gran vinculación, porque mi padre era de allí y además en esta localidad están enterrados mis padres y mi hermano. A mis espaldas, mi mujer me organizó un chequeo en la Clínica de Navarra. No me lo dijo porque sabía que si me lo comentaba le diría que no. Así que estando allí, el Miércoles Santo del 23 de marzo de 2016 fui a la revisión. Entonces me dijeron aquello de “Houston we have a problem’’. Tenía un hepatocarcinoma. Cáncer de hígado».
–Con mucha paz y tranquilidad. Nunca lo hubiera pensado. Mi primera pregunta fue espontánea. Le dije al médico: “¿Pero tiene remedio o no?’’ Él me respondió que lo íbamos a luchar y a continuación me dijo que no me tomara el desayuno que tenía preparado, ya que había ido en ayunas, porque tenían que hacerme más pruebas y unas biopsias. Me informó de que podía esperar a que pasara la Semana Santa para las biopsias, pero que lo mejor era empezar cuanto antes.
El tiempo era un factor clave. El tumor tenía un tamaño de 15 centímetros. No se podía operar, así que había que reducirlo para después, si funcionaba el tratamiento, pasar a la fase de cirugía. «Pero todo se complicó», confiesa. El día anterior, el 22 de marzo, se habían producido los atentados de Bruselas y estando en la clínica le llamó su secretaria del Ministerio porque se había convocado el Jueves Santo una reunión de ministros del Interior en la capital europea. «Los médicos me dijeron que no podía ir y yo les dije que sí que iría, era mi deber. Así que ese mismo día 23 me hicieron las biopsias y me quedé ingresado unas horas en la clínica para evitar el sangrado en el hígado. Al atardecer volví al balneario donde estaba mi familia. Al día siguiente viajé a Bruselas. Allí estuve todo el día con todos mis colegas de Interior y por la noche volví a Madrid. Así que salí de casa el día 22 y regresé dos días después con un cáncer», afirma.
Fueron meses convulsos, no sólo por la preocupación tras lo ocurrido en Bruselas sino porque el Gobierno estaba en funciones y había turbulencias en el despacho. Además, estaban en plena campaña, él como cabeza de lista en Barcelona. Su salud se resentía, pero en ningún momento pensó en tirar la toalla. Su sentido del deber era, y sigue siendo, muy fuerte.
–¿Cuándo le informó de su situación al presidente Mariano Rajoy?
–Mire, es curiosa la vida. El día de la revisión que organizó mi mujer en Navarra, el presidente acudía a Barcelona para inaugurar un monolito en homenaje a las víctimas del accidente de Germanwings. Acto al que, por cierto, también acudió Puigdemont. Entonces yo hablé con el presidente para decirle que si no era inconveniente no le acompañaría porque tenía el citado chequeo. Me dijo que no había problema. Así que estaba al tanto. Días más tarde, en concreto el lunes de Pascua, estaba hablando con él y me dijo: «Oye Jorge, ¿cómo fue el chequeo?» Yo le dije que bien, pero que cuando le viniera bien me pasaba a verle y le comentaba. Me dijo que fuera de inmediato.
–¿Cómo fue esa conversación?
–Muy humana y personal y yo se lo agradeceré siempre. Le expliqué el tratamiento que iba a seguir, cómo me encontraba… Y Rajoy preguntó todo lo que consideró oportuno y me ofreció su apoyo incondicional. Sólo tengo palabras de agradecimiento hacia él. Rajoy tenía muy claro cual era la jerarquía de valores. Lo primero era salvar la vida. Ahora, siempre que hablamos me dice que camine, que es muy bueno para la salud. Él predica con el ejemplo.
–¿Y no se lo comentó a nadie más?
–Sólo se lo dije a quien tenía que hacerlo. Al presidente. Era mi deber. No se lo comenté a nadie más porque siendo ministro del Interior sabía que tendría trascendencia pública. Además, los médicos me decían que el tratamiento era compatible con mi responsabilidad.
Fue un tratamiento muy innovador y agresivo. Le radiaron por dentro del tumor con un isótopo radiactivo, el Itrio 90, «que tiene una capacidad de penetración y una vida media que le hace idóneo para este tipo de tumores», apunta Fernández Díaz. Es un isótopo que lo produce un reactor nuclear en Australia y va encapsulado en esferas microscópicas que introducen en el cuerpo a través de un catéter por la arteria femoral y lo inyectan dentro del tumor así como a través de los vasos sanguíneos que alimentan el hígado.
La intención era que se redujera hasta los cinco centímetros. Era la única opción. La cirugía y el trasplante estaban descartados. El 6 de abril, su cumpleaños, era la fecha que pautó con los médicos para comenzar la radiación. Pero una vez más, su compromiso político le obligó a posponerlo hasta el día 12. «El día 6, el presidente acudía al Congreso para informar sobre el Consejo de Europa al que había asistido y los temas eran, principalmente, el terrorismo yihadista y el drama de los refugiados. Materias de mi Ministerio. No podía faltar. Evidentemente no se lo comenté al presidente porque me habría dicho que me fuera directamente a la clínica». Y por fin, el día 12, comenzó la radiación.
–¿Y los médicos no le recomendaron la baja médica?
–Me indicaron que era compatible el tratamiento con mi actividad. Eso sí, cuando me veían en la televisión haciendo declaraciones me decían que cómo podía seguir en activo con lo que tenía dentro. Ni yo mismo lo sabía. Pero tenía fuerza. Si hubiera puesto en peligro mi salud claro que lo hubiera dejado, pero no fue así. Hubo momentos difíciles. Por ejemplo, después de comer, tenía que tumbarme un rato en el sofá del despacho porque estaba muy fatigado. Había días después del tratamiento que tenía un cansancio agotador, pero era cuestión de organizarse el trabajo. Así que ajusté la agenda con más precisión para hacerla compatible con mi situación y listo. Eso sí, aunque no sea un buen paciente, nunca pasé la línea roja. En momentos tuve que forzar, sí. ¿Hubiera sido más cómodo dejar mi puesto? Sí, pero era compatible y no creo que la comodidad fuera un valor apropiado en este caso.
–¿Cómo gestionó el proceso de radiación?
–Mire, desde que comencé el tratamiento me convertí en un pequeño Chernóbil porque tenía una carga radiológica en mi interior compatible con la vida pero que no era normal. Se me advirtió de que tuviera cuidado con los arcos de seguridad porque se iban a disparar. ¡Podían pensar que llevaba un artefacto nuclear!
A los ocho meses de comenzar el tratamiento se consiguió la reducción pretendida del tumor. Ya no se podía esperar. Había que operar. El día elegido fue el 24 de noviembre. Veinte días después de que se formara el nuevo Gobierno y Fernández Díaz saliera del Ministerio del Interior. «La providencia marcó muy bien los tiempos. El cambio de Gobierno hizo que todo fuera muy natural».
–¿Pesó en la decisión del presidente su estado de salud?
–La decisión del cambio le corresponde al presidente y yo no le pregunté cuáles eran sus razones, pero él sabía mi situación.
–Nunca quiso que la opinión pública supiera su situación. Es más, la noticia saltó cuando usted ya se había sometido a la operación. ¿Por qué tanta discreción?
–Sólo se lo dije a mi familia y a los amigos más cercanos, además de al presidente Rajoy. Nadie más lo sabía. Nunca quise ser noticia. Es más, se hizo público cuando estaba en la UCI recién operado. Muchos me dijeron que por qué no lo hice público. Consideré que tras la operación era el momento. Yo siempre he sido defensor de la transparencia. Sabía que de algún modo u otro saldría, así que quise evitar especulaciones, que aun así surgieron. Se llegó a plantear políticamente que me habían hecho un transplante de hígado sin respetar las listas de espera. Qué le vamos a hacer…
Fue una operación compleja pero finalizó con éxito. Estuvo 10 horas anestesiado. «Desperté a las diez de la noche», recuerda. Al día siguiente tuvieron que bajarle al quirófano de nuevo y operarle durante tres horas más porque sufrió un derrame pleural. Lo que se conoce como líquido en el pulmón. Y hace un año tuvieron que extraerle 1,6 litros de este líquido. También padeció un neumotórax que le obligó a estar ingresado algún día. Pero el tumor había sido erradicado y ahora acude con rigurosidad a las revisiones protocolarias a la espera del alta definitiva. Lleva tres revisiones. El hígado se ha regenerado aunque no mantiene la forma original. La función hepática es correcta y no hay neoplasia. Así que puede decirse que esta curado. «Gracias a Dios y sus instrumentos», apunta.
–¿Dónde se refugió durante los momentos más duros?
–Mi refugio fueron dos: la familia, así como amigos cercanos, y la fe. En ella encontré la respuesta y el apoyo en todo. Dios te ayuda cuando te somete a una prueba, te ofrece una cruz y te ayuda a llevarla. Ésta es la única explicación que encuentro a mis preguntas. Es una explicación y una convicción. La fe da sentido a tu vida y cuando pasas una prueba de estas dimensiones a mí me ayuda profundamente a superarla.
Su convicción e inquebrantable fe queda presente en las estanterías del salón donde libros de Felipe II y de Historia de España se mezclan con fotos familiares y varias instantáneas de él con Juan Pablo II.
–Supongo que una vez que hizo pública su enfermedad le llegarían mensajes de apoyo de compañeros del Congreso, del Partido… ¿Recuerda alguna con especial afecto? ¿Hubo alguna ausencia o presencia inesperada?
–Es muy gratificante ver que en momentos de dificultad hay gente buena y cercana. Recibí muestras de afecto de mis compañeros de partido y Gobierno, empezando por el presidente, pero no sólo en el ámbito del Ejecutivo. También llegaron de otros más distantes en lo político. Por ejemplo, el ex presidente José Luis Rodríguez Zapatero fue muy cordial y cercano. También me manifestó su afecto Pablo Iglesias a través de un mensaje. Y es que podemos ser muy duros combatiendo las ideas de otras personas, pero no destruyendo a los otros. El combate de las ideas que no rebasa lo que la ética exige es pluralidad política sana y legítima. Lo malo es cuando se cambia la discrepancia por destruir a la persona.
–¿Qué ha aprendido de todo este Vía Crucis?
–Que cáncer no es igual a muerte. Es más, los últimos estudios del Servicio Español de Oncología Médica (SEOM) dicen que a uno de cada dos varones se le diagnosticará un cáncer a lo largo de su vida, pero que uno de cada dos de los que se le diagnostique lo superará. España tiene una de las mayores esperanzas de vida del planeta. Esto dice mucho de nuestra Sanidad y nuestro nivel de desarrollo. Con esta experiencia vital también he aprendido que hay que mantener, además de esperanza, un optimismo sensato y razonable.
–¿Qué le diría a las personas que están ahora atravesando una situación similar a la que ha superado usted?
–Que tengan confianza, que están en buenas manos. También que aprendan a gestionar el tiempo, ya que es un bien escaso y es necesario manejarlo con prudencia. Nunca se puede perder la esperanza e ilusión de vivir porque es fundamental para sobrevivir.
Él ha tomado nota. Afirma que su salud le ha dado ya dos avisos muy serios y que con la vida «no se juega». Por eso, ahora está a punto de comenzar un programa de rehabilitación cardiaca novedoso. Consiste en una serie de pautas de ejercicio para prevenir futuros males. «Hay que evitar el sedentarismo y llevar una vida sana. Yo no bebo alcohol y hace muchos años que dejé de fumar. Hay que ser conscientes de lo importante que es llevar a cabo prácticas saludables y aunque ahora me encuentro bien, hay que ser prudente y no tentar a la suerte», asevera. Acaban de hacerle un cateterismo y le han colocado tres stent en sus arterias. Su corazón vuelve a latir con fuerza y espera en unos días poder regresar a la actividad parlamentaria. Su corazón también late por Cataluña, su casa, su tierra. Aunque vallisoletano de nacimiento, toda su vida la ha pasado en la Ciudad Condal, a la que ahora ve dividida y con un futuro incierto. «Es difícil mantener la distancia con los acontecimientos que se vienen produciendo en Cataluña. Quien quiere a Cataluña y a España lo siente de manera especial. Tengo que acostumbrarme a esta situación actual y confiar en que la racionalidad se restablezca y la convivencia, que es un bien preciado, regrese. «No puedo negar que vivo todo con preocupación y ocupación», sentencia mientras aparece por el salón su perra Lola con quien juega como un niño.
–¿Se plantea un regreso a la primera línea política?
–Ahora tengo más tiempo para reflexionar. He estado cinco años en el Ministerio del Interior, que supone una gran responsabilidad y tensión. Pero hay que llenar la vida de otras actividades que tenía abandonadas. Leo mucho más, algo que me gusta muchísimo y tenía mucha lectura atrasada. Además voy a ponerme a escribir mis memorias.
Planes e ilusión no le faltan a este funcionario del Estado cuya vocación política permanece sellada a su ADN. Una «adicción» al servicio público que comenzó en 1979 y de la que no pretende distanciarse nunca. «Es una adicción y como tal hay que saber gestionarla», sentencia mientras coge su teléfono móvil para consultar una información de última hora sobre Cataluña. Coge aire. Le espera un agitado regreso al Congreso.