Nuestros días de trabajo pasamos pensando qué vamos a hacer en las vacaciones. Durante la semana, qué vamos a hacer el fin de semana. Delante de nuestro ordenador, de nuestros apuntes de clase, en nuestros quehaceres cotidianos, planeamos tener siempre alguna actividad que nos divierta. Pero tras cada una de estas diversiones en las que esperábamos encontrar una alegría que no acabara; después del fin de semana, o de las vacaciones, cuando estamos solos en nuestra habitación saboreamos lo que hemos hecho, y nos alegramos con ello, pero descubrimos que en el fondo siempre hay algo que falta. Permanecemos sedientos de algo más grande que nosotros mismos, y la verdad, algo vacíos.
Con frecuencia nos preguntamos qué vamos a comer o qué vamos a hacer en las vacaciones… ¿pero son estas las preguntas más importantes? Llega un momento en la vida en que ya no podemos aplazar más los asuntos esenciales: ¿a dónde vamos?; ¿de dónde venimos?; ¿para qué hacemos lo que hacemos?; ¿hay algo que sostenga nuestra vida y la impulse?; ¿existe Dios?
Todos deseamos alcanzar la felicidad. Estamos en camino, siempre buscando, movidos por el deseo de realizarnos. Las mil preguntas que nos hacemos apuntan a una sola: ¿cuál es el sentido de nuestra vida?
Para un cristiano, esta pregunta es importantísima y se la debe tomar muy en serio. Como descubriremos juntos en estos posts que saldrán las semanas siguientes, en la oración Dios irá mostrándonos que llevamos desde siempre en nosotros un deseo infinito de amor, de verdad y de bien. Un deseo de encontrarnos con Él. Por eso estamos inquietos y no nos satisface del todo aquello en lo que buscamos la felicidad: como el conseguir un coche espectacular, vestir con ropa de marca, o salir de fiesta todas las semanas. Todos sabemos, en el fondo, que para realizarnos no nos basta con divertirnos saliendo de copas. Hemos sido creados por Dios y para Dios y sólo Él puede llenar y responder a nuestras preguntas más importantes. Todo lo demás que podamos alcanzar, si no tiene por centro a Dios, nos dejará siempre insatisfechos.
¿Por qué hemos de orar? Oramos porque Dios en la oración nos permite ir descubriendo que sólo Él puede llenarnos por entero. Oramos porque descubrimos que nuestras malas decisiones, casi siempre fruto de nuestro egoísmo, hacen que se oscurezca nuestra mirada y seamos derribados por la tristeza y el vacío. Oramos, en fin, para pedir al Espíritu Santo que nos ayude a hacer el bien a otros y sobretodo a vivir apoyados en Dios, Padre Nuestro.
En la oración, Dios mismo, el Dios vivo, aparecerá ante tus ojos como el único que estará siempre allí para sostenerte en las soledades y tristezas; así como para darte ánimo en las alegrías. Dios se entrega al que ora como el que Es, como el único capaz de dar sentido a la vida humana. Pero esto no es una bonita teoría, de la que nos convencemos, memorizamos y sobre la que luego vamos a convencer a otros. Si lo compartimos es porque lo vivimos. Cuando nos ponemos ante Dios, cara a cara, con sencillez y confianza, es nuestra vida la que se transforma y ya no somos los mismos, pues descubrimos cuál es la fuente de la auténtica felicidad, esa felicidad que no se acaba nunca.
Mario Felipe Vivas Name