La palabra “esperar” ya de por si suena regular, mucho más para los que somos inquietos por naturaleza o vivimos arrastrados por nuestra sociedad donde el querer algo y quererlo ya, manda: fijaos, con Amazon no tenemos ni que esperar 24h para tener en nuestra casa eso que quizá ni necesitamos.
Hay esperas que no nos cambian la vida, como pararse en un semáforo a esperar que se ponga en verde. Es una espera pasiva en la que tú no puedes hacer nada. Te paras, esperas y pasas. It’s easy. Sin embargo, no todas las esperas son así y hay algunas que nos cambian y nos invitan a ponernos en movimiento.
Recuerdo con cariño que hace un par de veranos subí a Lourdes para pasar unos días con la Virgen y un amigo que andaba por allí. Al llegar, tras todo un día de viaje, me encontré a su abuelo que me dijo “lleva todo el día nervioso esperándote”. Y, al hilo del caso, me acuerdo también de aquella otra ocasión en que mi prima iba a ser madre y pasó meses preparando la casa, su nueva habitación, la ropita, cuidándose más… Como veis, las esperas en estos casos son gustosas y activas, nos ilusionan y nos llevan a “hacer” cosas que, aunque no acortan el tiempo, si preparan la ocasión.
Pues bien. En poco menos de una semana Jesús nace, y de forma especial lo va a hacer en cada uno de nuestros corazones. Por eso, el adviento debería estar siendo esa espera que nos ilusiona, que nos cambia la vida. Dios viene con fuerza a ello y, si queremos que obre milagros, si queremos recibirlo como se merecería un nuevo hermanito o nuestro mejor amigo… hay que dar el último tirón. El fruto de este adviento, sin olvidar el regalo de la Gracia, en buena medida va a estar en proporción al trabajo que estemos realizando.
Podríamos preguntarnos ahora: ¿en qué está consistiendo esta preparación? ¿Quizá todo se puede resumir en que hemos encendido las tres primeras velas de la corona, o en que simplemente estamos dejarlo transcurrir el tiempo, pensando que la meta de la Navidad llega sola? ¿Tal vez nos hemos centrado en comprar regalos, ver o poner adornos, el árbol y el belén? Es posible que quizá nos hayamos descuidado y el Adviento se nos esté escapando como el agua entre las manos, que se cae y, al poco rato, nos deja secos como estábamos.
Queda una semana, ¡estamos a tiempo de corregir el rumbo o acelerar el paso! Simplemente hay que cambiar de estrategia, lo primero siendo conscientes de todo esto. Quizá sólo tienes que dejar que el Señor te encuentre entre las cosas, tareas y afanes de este mundo, como encontró a aquella oveja que se había escapado del redil pensando que la felicidad realmente estaba “allá fuera”. Si solo no puedes y las buenas intenciones no te faltan… ¡pídeselo y confía más en Él! Quedan seis días, ¡ponte una pequeña meta al despertar cada mañana!
Post basado en las ideas de una homilía de Raúl C.