No logro salir de mi indignación al leer día tras día escándalos sexuales y abusos de quien tiene poder. ¿Qué está pasando en este amanecer del siglo XXI? Y mi inquietud va por este camino: ¿este germen de profunda inmoralidad contagia solo a los otros -a los lejanos- o, en un mundo globalizado, también nos afecta a nosotros y a nuestros hijos? Porque vivimos en la sociedad de la revolución sexual, y creo que ha llegado el momento de realizar un diagnóstico crítico. Así lo hizo Octavio Paz en 1993: «El gran ausente de la revuelta erótica de este fin de siglo ha sido el amor».
Además, este Premio Nobel de Literatura, una persona no especialmente religiosa, en La llama doble, con la única arma de su pluma y su sinceridad, y con mucha valentía, nos dirá que «la juventud es el tiempo del amor. Sin embargo, hay jóvenes viejos incapaces de amor, no por impotencia sexual sino por sequedad de alma».
En ese mismo libro, en el capítulo «La plaza y la alcoba», Paz analizará las causas por las que tanta inflación de lo sexual «nos ha convertido en inválidos no del cuerpo sino del espíritu». En consecuencia, comenzará revisando los sucesos de mayo del 68 con los que nace la revolución sexual, y concluirá apuntando que la libertad erótica «ha sido confiscada por los poderes del dinero y la publicidad». También, que la libertad se ha separado del amor: «doble fracaso». ¡Qué bien entendió nuestra María Zambrano que si el amor y la libertad no se entrelazan solo queda una «pseudolibertad, que bien pronto se agota»!
Sigue Octavio Paz reseñando cómo aquella promesa de que la libertad sexual acabaría con el comercio de los cuerpos ha producido, sin embargo, una brutal escalada de la pornografía. Y anota: «Lo escandaloso no es que se trate de una práctica universal y admitida por todos sino que nadie se escandalice: nuestros resortes morales se han entumecido». Y más: «La prostitución es ya una vasta red internacional que trafica con todas las razas y todas las edades, sin excluir, como todos sabemos, a los niños».
Decía, sabiamente, Claudio Magris que la esperanza no nace de ocultar lo real y de un optimismo fatuo, sino de «la laceración de la existencia vivida y padecida sin velos, que crea una irreprimible sensación de rescate». Por eso, creo que es bueno tener a la vista toda la crudeza de estas perversiones para poder, así, reaccionar con fuerza.
Así pues, Paz plantea soluciones: «Tenemos que aprender, otra vez, a mirar a la naturaleza», lo cual implica un cambio radical en nuestras actitudes. Para ello propone «un ideal de vida fundada en la libertad y la entrega», porque se da cuenta de que los problemas son de orden moral, y solo atendiendo al plano ético estaremos en disposición de «recobrar la fortaleza espiritual y recobrar la humildad» necesaria para revisar y cambiar nuestras conductas.
No espera ningún remedio radical de la mano de simples campañas de publicidad, porque las personas solo cambian con trabajo interior cuando se les proponen ideales valiosos. Pero sí insistirá en recobrar la noción de persona para no caer en la barbarie tecnológica. «Todas las culturas han conocido el diálogo entre el cuerpo y el no cuerpo (alma, psiquis, atman y otras denominaciones). Nuestra cultura es la primera que ha pretendido abolir ese diálogo por la supresión de uno de esos interlocutores: el alma», concluye Paz .
La persona es «alguien corporal», en la preciosa expresión de Julián Marías . Amar con el cuerpo y el alma supone recuperar el pudor natural y educarlo, explicar que la sexualidad es el lenguaje corporal del amor; aprender a acompasar sexo y amor, corazón y cuerpo para que la expresión corporal sincera sea también amor espiritual verdadero, y no la respuesta condicionada por los continuos estímulos de una sociedad erotizada: amar como personas.