El Papa Francisco ha instaurado para el último domingo litúrgico del tiempo ordinario, La Jornada Mundial de los Pobres, que este año es el 19 de noviembre y lleva por lema: No amemos de palabra sino con obras. La iniciativa pontificia tiene como objetivo principal que católicos, creyentes de otras religiones y hombres de buena voluntad, unamos nuestros esfuerzos para acabar con el flagelo del hambre en el mundo fomentando la cultura de la solidaridad. Porque es necesario hacer un frente común ante esta sociedad del descarte, realizando obras concretas de amor hacia los pobres, para que recuperen su dignidad de personas. Para ello, los cristianos hemos de mirar y seguir a Cristo Pobre y Abandonado.
En la actualidad son más de 815 millones las personas que carecen del alimento básico y necesario. Además, hay nuevos rostros de pobrezas: “caras marcadas por el dolor, la marginación, la opresión, la violencia, la tortura, la guerra, la privación de libertad y dignidad como consecuencias de la ignorancia, el analfabetismo, migración forzada, falta de trabajo. trafico de personas y esclavitud…” (Francisco, Mensaje). Detrás de estadísticas y números de la pobreza en el mundo, hay tragedias humanas, hombres, mujeres, niños y ancianos sin apenas salidas para sus vidas. Sus gritos nos deben interpelar a todos, ya que son hijos de Dios y hermanos nuestros que “solicitan protección y ayudas” no de cualquier manera, sino al estilo de Jesús que hizo de ellos los predilectos del Reino de los cielos.
Además, el Obispo de Roma nos pide a que estemos siempre dispuestos a socorrer a los pobres en la doble mesa: la propia “del pan nuestro de cada día” y la de participar juntos en la Eucaristía del domingo”. En este doble servicio a los más necesitados nos jugamos la salvación o la condenación, porque recodemos lo que nos dijo Jesús: “Venid, benditos de mi Padre, porque tuve hambre y me distéis de comer… luego…unos irán al castigo eterno y los justos a la vida eterna” (Mt 25, 31-46).
Ante esta realidad esencial y radical del Evangelio de Cristo, no caben las “medias tintas”, la indiferencia, las lamentaciones, esperar a que todo lo solucione las instituciones sociales o que un conjunto de acciones solidarias mitiguen un poco el hambre y la miseria de nuestros semejantes. Es urgente un cambio de mentalidad y de posicionamiento ante el mundo de los descartados: “no pensemos solo en los pobres como los destinatarios de una buena obra de voluntariado para hacer una vez a la semana, y menos aún de gestos improvisados de buena voluntad para tranquilizar la conciencia. Estas experiencias, aunque son válidas y útiles para sensibilizarnos acerca de las necesidades de nuestros hermanos y de las injusticias que a menudo las provocan deberían inducirnos a un verdadero encuentro con los pobres y dar lugar a un compartir que se convierta en un estilo de vida” (Francisco, Mensaje), que para nosotros los cristianos la tenemos en el buen samaritano (cf. Lc 10, 25-37), que no rehuyó al pobre, si no que se topó con él y compartió sus dolencias. Es un ejemplo claro de cómo la caridad de las obras corrobora la caridad de las palabras. Este es la base que sostiene la cultura de la solidaridad, piedra angular de la paz entre los hombres.
Esta Iglesia particular castrense que camina en España hace suya la Jornada Mundial de los Pobres que el Papa Francisco ha establecido para toda la Iglesia universal. Nos sentimos “llamados a alimentar en los militares y en sus familias la dimensión espiritual y ética, para que los ayude a afrontar las dificultades y los interrogantes, con frecuencia desgarradores, inherentes a ese peculiar servicio a la patria y la humanidad” (Francisco, Roma 26.10.215). Este ministerio de paz entre las armas, nos exige en la actualidad que seamos “una Iglesia en salida” (EG,20-24), que vayamos a “las periferias sociales y existenciales”, que requieren “una atención pastoral específica, un desvelo que les permita percibir la cercanía maternal de la Iglesia” (Francisco, Roma 26.10.2015).
El “bálsamo de la caridad” ha acompañado siempre a este veterano Ordinariato Militar de España que alcanza su forma canónica estable en 1664 mediante el Breve Cun Sicut Maiestatis Tuae, del Papa León X. En 1986 con la Constitución ApostólicaSpirituali Militum Curae, de Juan Pablo II, pasó a constituirse en diócesis personal y por lo tanto en una Iglesia particular denominada Arzobispado Castrense de España. A lo largo de todos estos siglos, los valores castrenses que configuran la vida de nuestros militares, guardias civiles y policías, han hecho que la virtud de la generosidad y ayuda a los necesitados, sean una nota predominante en esta porción tan específica del Pueblo de Dios. La misma figura del capellán castrense, conocido como Páter entre la milicia, ha representado la presencia consoladora y fraterna que ha sabido tratar las heridas espirituales de los soldados y ayudar a sus familias de manera anónima: “la mano izquierda no sepa lo que hace tu derecha” (Mt 6,3), eso lo convertía en “el samaritano” que intentaba socorrer a todos.
Sin embargo, los tiempos y la configuración de las Fuerzas Armadas y los Cuerpos de Seguridad del Estado han cambiado muchísimo. El Papa Francisco nos dice reiteradas veces a que no tengamos miedo de cambiar las cosas según la ley del Evangelio. Nos pide que dejemos las estructuras anticuadas, porque: “a vino nuevo, odres nuevos”. Como respuesta a esta nueva época, hace cuatro años pusimos en marcha la institución de Caritas Castrense, que poco a poco va penetrando el tejido pastoral de este Arzobispado Castrense de España y que está siendo puntera para otros Ordinariatos Militares de la Iglesia Católica. Desde esta realidad, acogemos la Jornada Mundial del Pobre, instaurada por el Papa Francisco para toda la Iglesia, como una nueva exigencia para intensificar la ayuda a los más vulnerables de la grey castrense, a crecer en sensibilidad hacia los más pobres de la tierra y hacer realidad el imperativo del apóstol san Juan que ningún cristiano puede ignorar: “hijos míos, no amemos de palabra y de boca, sino de verdad y con obras” (1Jn 3,18). En los momentos que vivimos, no basta la acción caritativa individual del capellán y del militar, es necesario una labor conjunta e institucionalizada que refleje ante el mundo el rostro samaritano de la Iglesia en el campo de la milicia. Caritas Castrense es una pretensión nueva de la historia de la caridad en esta Iglesia particular.
Ahora bien, no habrá consolidación de este servicio a los pobres, que es Cáritas, sin el compromiso sincero y activo de los capellanes en cada uno de sus destinos. Hay que abandonar viejos clichés de pastoral castrense que pertenecen a otros tiempos. Dejad los cantos de sirena de los apocados, de aquellos que no “quieren líos” (PP Francisco), de los otros que dicen que esto de la organización de Caritas en el mundo de la milicia es irrealizable debido a las peculiaridades del ministerio y a la dispersión geográfica. Eso más que limitaciones son un enriquecimiento. Me remito a lo mucho conseguido en estos pocos años, que ponen en entredicho todos esos prejuicios, gracias a la labor e implicación de los capellanes y de los voluntarios.
En esta I Jornada Mundial de los Pobres, os pido un renovado esfuerzo para que la preocupación por lo más necesitados no sea una mera opción personal sino que ocupe el centro de nuestra acción evangelizadora en el terreno castrense de España. Allí donde hay un capellán apostólico, misionero y samaritano surgen militares, guardias civiles y policías comprometidos por constituir las caritas parroquiales que luego configuran nuestra Caritas Central. Debemos afanarnos por fomentar el voluntariado católico, a buscar socios de Caritas, a ser creativos a la hora de las actividades de la recaudación de fondos para los más pobres. Todo ello llevado con sencillez y transparencia en lo que hacemos, sabiendo que la única recompensa es el Cielo, la vida eterna.
Oremos unos por otros, para que la caridad no sea una farsa. Trabajemos en comunión y socorramos a los pobres de lejos y de cerca, como así lo certifica las Memorias anuales de nuestra joven Caritas Castrense. No seamos “franco tiradores” que libran las batallas por su cuenta. Lo importante no es sólo lo que tú haces por los pobres, sino, sobre todo, lo que hacemos como Iglesia, para que de esta manera se cumplan las palabras del Señor Jesús: “viendo vuestras buenas obras, Dios sea glorificado” (Mt 5,16).
Articulo Original Arzobispado Castrense.