La soledad del sacerdote

Catequesis, Vocación

“Jesús, me decía, los curas son personas muy solitarias. Y yo no me veo capaz de aguantar ese tipo de vida. Llegar a casa y no encontrar a nadie. Sentarte a la mesa y hacerlo solo. Caer enfermo y no tener ni quien te cuide. Llegar a anciano y morir de soledad. Pasar una vida entera preocupado por todos y sin que nadie se preocupe por ti”.

Esta es la historia de Marcos, un amigo universitario que alguna vez se ha planteado la vocación sacerdotal. Es un tipo bueno, noble, alegre, familiar y con muchos amigos. Un líder.

Quizá no le falte razón. Es cierto que una vida sin mujer e hijos priva de muchos gozos. Es cierto que a nadie normal le gusta la soledad. De hecho, es tan cierto como que el mismo Dios al principio estaba solo, y creó a los ángeles y a las personas para amarlos y que le amaran, le sirviesen y se entregaran a Él. Pero esa misma es la razón por la que, cuando uno sigue su vocación, consigue salvar todas las dificultades: Dios también nos ha creado para que con su Gracia seamos felices, y solo se es feliz siguiendo sus planes.

Contra esa soledad, le dije a Marcos, existen algunas alternativas humanas. Por ejemplo: puedes pertenecer a algún tipo de asociación donde encontrarás más sacerdotes como tú en las actividades que realicéis. O puedes montar un piso con compañeros de ministerio… o vivir con tus padres. Sin embargo, todo eso que está bien en cierto modo son recetas humanas y búsqueda de seguridades. Por eso, te voy a dar también dos soluciones un poco más costosas, pero también más de Dios que pueden complementarlas.

“Yo os aseguro: nadie que haya dejado casa, hermanos, madre, hijos o tierras por mí y el Evangelio quedará sin recibir el ciento por uno”².

La primera es, nuevamente, el abandono confiado en Dios y su providencia¹. Si confías en Dios y sus cuidados, nada te faltará ni hoy ni el día de mañana. Además, Él se encargará de darte el ciento por uno. Tú pon amor y obtendrás amor, que decía Teresa de Calcuta.

La segunda es anclarse en la virtud de la amistad, que no es robarle sitio a Dios en tu corazón sino hacerlo más grande, generoso, desprendido y abierto para que Él habite mejor.

Mira Marcos, Dios ha puesto y seguirá poniendo amigos en tu vida. Ahora es a ti al que le toca cuidarlos y mantenerlos para que esas amistades no solo no acaben nunca, sino que ademas produzcan como si de talentos³ se tratara. El Señor te pedirá cuenta de esos que te ha confiado pero, cuidado: ¡que eso no te lleve a instrumentalizar la amistad! Sé amigo, quiérelos y diviértete, que lo demás verás como viene solo.

Hoy tus amigos son los del colegio y la carrera; mañana serán seminaristas y sacerdotes que te entenderán mejor y, en unos años, los feligreses de tu parroquia se sumarán a todos los anteriores. De cómo tú los cuides dependerá tu soledad. Y a casa no te preocupes porque al llegar esté sola, porque si te has agotado trabajando por el Reino de Dios, solo tendrás deseos de descansar para recargar las pilas y así poder seguir dándolo todo al día siguiente.

Por cierto, acabé diciéndole. No olvides aquellos pasajes del Evangelio en que Jesús se retiraba para estar solo. La soledad también es parte integrante de la configuración con Cristo. No tengas miedo a esos momentos en los que te falte la compañía humana, el Señor también se valdrá de ellos para hacerte más suyo porque la Suya si que nunca te faltará, concluí.


¹ Lc 12, 29-31
² Mc 10, 28-31
³ Mt 25, 14-30