“Tu estudia antes una carrera, que así podrás servir mejor a la Iglesia y a tus hermanos”. Es el consejo que oí darle a un chaval que había visto que el Señor lo llamaba al sacerdocio diocesano. Me pareció un comentario muy humano, pero también muy poco sobrenatural. Como ya dije en otros post, el Señor siempre busca una respuesta inmediata, de plena confianza en Él y sus planes, en Su fuerza y no en la propia.
“Prepárate bien, madura, crece espiritualmente antes de entrar en el seminario” es otra de las frases que alguna vez he escuchado. “El seminario de tu ciudad está muy mal, es mejor que te ahorres unos años estudiando antes en otro sitio”. “Con tu vida y forma de comportarte no vas a aguantar en el seminario, mejor busca atajos para perseverar y afianzar tu vocación”. «Aún eres joven, tienes toda la vida por delante para ser cura, no tengas prisa». En el fondo da igual si son frases reales o ficticias, ante todo son tentaciones a las que podemos enfrentarnos a la hora de seguir los caminos que Dios nos tiene preparados.
Lo peligroso en todas ellas es la sutileza con que plantean la alternativa. Es cierto que todas ellas encierran una parte de verdad, pero no menos cierto es que los tiempos de Dios no son los nuestros, y que siguiéndolas se pierde la confianza incondicional en el Dios que nos llama y nos da toda su Gracia para emprender el camino para el que nos ha elegido.
Estudiar una carrera para estar bien preparado (o por si luego descubres que el camino al sacerdocio no es el tuyo), vivir en un piso o colegio mayor con un ambiente que favorezca el trato y encuentro con el Señor (para afianzar tu vocación, obtener seguridades, formarte mejor…), como ideas sueltas están genial. Que unos padres quieran que su hijo tenga estudios también es lo natural. Incluso es cierto que el seminario de tu ciudad puede no ser el inexistente «seminario perfecto». Pero, que tú debas ver todos esos consejos y muestras de cariño desde tu vocación es la tarea que a ti te toca realizar. Nadie de esos familiares o amigos tienen tu llamada, ni siquiera si esos amigos o familiares son sacerdotes o religiosos. Tu vocación es tuya y de Dios, nunca olvides esto.
El señor sabe cuándo llamar. Y, por eso, hoy en la Iglesia sigue habiendo vocaciones con 16 o 18 años… y también con veintitantos, treinta o cuarenta y muchos. De gente recién salida del instituto, de la universidad, del trabajo… o mientras está en ellos. Sea cual sea el caso, los pasos son los mismos: el abandono confiado en el Señor, y el ponerse en manos de Su Iglesia por el cauce al que te llame.
Y no dejes de confiar mucho en que Él suplirá cuando tú (y tus conocimientos o formación) no lleguen. No suplirás tú ni los que te recomiendan atajos, sino Él. ¿Qué mérito tiene el querer hacer las cosas por nuestra cuenta si realmente no somos más que pobres instrumentos en Sus manos? Si Él necesita una brocha… ¿por qué te afanas en convertirte, por tu cuenta, en un refinado pincel?