De pequeños nos costaba un montón pedir perdón. Después de hacer alguna trastada corríamos a escondernos y no aparecíamos en toda la tarde. Al final, nuestros padres nos obligaban a pedir perdón a los “damnificados” y – con suerte – lo hacíamos a regañadientes…
Ahora, ya adultos, nos sigue costando. Sentirse culpable por haber dañado a otro es duro. Sin embargo, si nos fijamos, descubrimos que todos los miedos son fruto de mirarse a uno mismo… entonces, ¿por qué no mirar al otro?
Siempre que hablamos de la confesión nos centramos, sobre todo, en nosotros: mis pecados, me da vergüenza, qué pensará el cura de mí, nunca mejoraré…
Pero si de verdad tenemos que pedirle perdón a Jesús, ¿lo lógico no sería fijarnos en Él? ¿Qué le ha dolido? ¿Por qué le afecta tanto nuestra vida? ¿Cómo es que nos espera con los brazos abiertos?
La respuesta a estas preguntas sólo puedes encontrarlas tú en la oración, pero también queremos ayudarte con la Catequesis que iniciamos hoy sobre la Confesión. Estás a un paso de dejarte abrazar por Jesús, de redescubrir el Sacramento que te libera de todas las ataduras que te impiden amar… Esta catequesis contará con los siguientes post:
- La amistad se construye perdonando
- Esto de confesarse… ¿No se lo habrán inventado…?
- Lo que es y no es confesarse
- ¿Vergüenza…?
- No sé si me acordaré de todo…
- Me cuesta arrepentirme… ¿Lo volvería a hacer?
- Una recomendación especial
- ¿Por qué se confiesan los santos?