Cuando decidimos casarnos todo empezó a cambiar, sutilmente. Algunos nos dieron una cauta enhorabuena, otros nos miraban con una mezcla de risa y compasión en sus ojos, otros casi nos daban el pésame (‘se te acaba la buena vida’) y muchos, la mayoría, se alegraban de corazón. Fer y yo nos convertimos, de repente, en cómplices de una locura cada vez menos común en este mundo.
Me sigue pareciendo curioso que desde ese “Sí” en Nueva York, cuando Fernando cruzó el charco movido por una intuición valiente, los planetas se alinearon en nuestro favor y empezamos a tener todo lo necesario para que la locura pudiese ser real. Dicho sin metáforas: Dios nos fue abriendo puertas, a través de increíbles casualidades y la generosidad de mucha gente, hasta el pasado 28 de julio.
¿Somos ‘muy’ jóvenes? Lo sabemos. ¿Es un compromiso bestial? Somos conscientes. ¿Da vértigo? Por supuesto, mucho. Pero ¿para qué está la libertad sino es para usarla? Elegir es la vida misma, no hay que asustarse tanto. Tus elecciones conforman quien eres y quien quieres ser. Y elegir a una única persona para siempre no es algo obligatorio, no es Disneylandia, ni es un castigo. Es tener la oportunidad de disfrutarla al máximo durante toda una vida, en todos sus momentos y circunstancias. Como en todo, la actitud es la clave.
Si algo me ha quedado claro después de este año preparando ese día –esos días, que esperamos que sean muchos- es que la vida no puede ahorrarse. Por mucho que te dediques a mirar lo bonita que es y la adornes con mil experiencias, sólo puedes hacerla eterna gastándola, entregándola. Gracias Fer por haber invertido la tuya en esta aventura común. Ahora empieza la vida buena.
Almudena Calvo Domper