Un viernes de cada mes, la nave de talleres del Vaticano se convierte durante una hora en iglesia. Unos biombos muy sencillos ocultan los tornos, taladros y compresores, creando un espacio grato alrededor de una mesa convertida en altar.
Aprovechando sus vacaciones –en que disfruta la tranquilidad de no tener audiencias ni actos públicos–, el Papa fue a celebrar la misa del 7 de julio para los trabajadores.
Continuaba así su catequesis sobre los fundamentos del trabajo humano. A finales de mayo, en una acerería de Génova, habló de las virtudes del empresario y de su corrupción cuando se convierte en especulador. Se opuso al cheque socialporque «el objetivo no es ingresos para todos, sino trabajo para todos, pues sin trabajo no hay dignidad».
A finales de junio, en una audiencia a sindicalistas italianos, el Papa les advirtió de que «con el paso del tiempo, los sindicatos han terminado por parecerse demasiado a los partidos políticos, a su lenguaje y a su estilo». Y que «un sindicato no cumple su función si vela solo por los derechos de quien tiene ya trabajo o está jubilado», olvidando «a los que están fuera por no tener empleo, especialmente a los jóvenes».
Los grandes campos de evangelización –objeto de los sínodos de Francisco– son la familia y los jóvenes. Pero en la vida de las personas y las sociedades, el trabajo es elemento central, y por eso insiste en la ética del trabajo bien hecho, con espíritu de servicio, sin ceder a la corrupción. La Curia vaticana y su reforma es una parte pequeña de las preocupaciones del Papa, que se siente responsable de sanear campos decisivos como el del trabajo, la paz o las relaciones con el islam, cada vez mejor encarriladas.
Su magisterio, desde La alegría del Evangelio a Laudato si, ha hecho saltar alarmas en algunos sectores que se enriquecen a costa de dañar personas, como la finanza especulativa que empobrece a muchos, las industrias petroleras que sabotean las reducción de gases de efecto invernadero o las industrias de armamento que promueven guerras en docenas de países. Por eso apoyan y financian ataques indirectos contra Francisco, poniendo en duda su solidez doctrinal o su esfuerzo por erradicar los abusos sexuales. No logran silenciarle, pero sí inquietar a fieles desprevenidos.
Otros Papas tuvieron que hacer frente a Atila, Napoleón, Hitler o el comunismo soviético. Cada época tiene sus peligros.
Juan Vicente Boo
Alfa y Omega