El año 2017 está siendo un año realmente intenso para el Reino Unido: El comienzo de las duras negociaciones del Brexit, la amenaza del terrorismo islámico, las elecciones generales… Pero hace algo menos de una semana los periódicos británicos quisieron olvidarse de todos estos protagonistas mediáticos para hacerse eco de la noticia política del mes: Tim Farron, el líder de los liberales británicos, anunciaba su dimisión por un motivo inaudito y al que no estamos acostumbrados en Europa: por no poder compaginar su cargo político y su fe.
No. Tim Farron no está loco. Tampoco pertenece a un movimiento radical religioso que le obligue a apartarse de la política, sino que es coherente con lo que piensa y, sobre todo, con lo que le mueve su corazón a ser mejor persona: su Fe, aunque ello haya significado renunciar a lo que él siempre ha definido como: el servicio más digno que un hombre puede realizar. La valentía que ha demostrado este político, en el contexto de una sociedad cada vez más secularizada y reacia a todo lo que tenga que ver con Dios, pone de manifiesto lo siguiente: ¿Vale todo para llegar a nuestras metas? ¿Aunque ello conlleve traicionarnos a nosotros mismos?
Todos queremos cumplir nuestros sueños, alcanzar las metas que siempre hemos perseguido. De hecho, los programas televisivos, las películas e incluso las redes sociales asumen que vamos a conseguir lo que nos propongamos… pero a toda costa. El mundo de hoy no entiende de convicciones, y muchísimo menos si tienen algo que ver con la fe. Tanto es así que vivir como un cristiano comprometido puede llegar a cerrarnos numerosas puertas: en el mundo laboral, durante los estudios universitarios, hasta a la hora de entablar amistades, pues “seréis odiados de todas las naciones por causa de mi nombre”. Tanto es así que, hasta podemos creer que la cruz que nos redimió y nuestros objetivos en la vida son dos mundos completamente diferentes… ¿Y si te digo que no es así?
¿Y si te digo que ir a contracorriente no es fracasar? ¿Acaso crees que santa Teresa de Calcuta o san Juan Pablo II fracasaron por no traicionar sus convicciones? Ellos han triunfado, y han sido coherentes con el Amor que movía sus corazones, porque han puesto por delante de sus proyectos la Cruz que muchos quieren hacer desaparecer. ¡Fueron tan revolucionarios como Jesús! Y sí, han cumplido sus metas, han cambiado el mundo, y han cambiado millones de almas, porque ser cristiano es mucho más que querer ser como Jesús… es ser la luz que ilumine la oscuridad que amenaza con acabar con nuestra sociedad tal y como la conocemos.