De padre agnóstico y madre no practicante, Alejandra Cacheiro, una chica joven y valiente… ¡que es bautizada por el Papa Francisco en Roma!
El pasado 15 de abril tuve la gran oportunidad de vivir una experiencia única e inolvidable. Pude cumplir un sueño, bautizarme. Eso sí, nunca pensé que sería con el Papa Francisco.
Todo empezó gracias a mi abuela materna. Ella al ser filipina, se educó en un ambiente muy creyente, y es por esto que me inculcó desde pequeña la religión cristiana. Y así fue como inconscientemente, empecé a sentir una gran curiosidad, hasta el punto de, pasados unos años, considerarme cristiana. En 3º de primaria, cuando empecé a ver que todos mis amigos recibían la primera comunión, me di cuenta que yo también quería, y no era por la fiesta o los regalos, era por algo más. Así que se lo dije a mis padres y me explicaron que la razón por la que ni yo ni mis hermanos recibíamos la comunión era porque no estábamos bautizados. En este punto yo ya me quise bautizar, sin embargo, aun no era el momento. Mis padres no pensaron que iba en serio, pues aún era muy pequeña. Además, también era un gran impacto para ellos, mi madre dejó de ser practicante hacía años y mi padre siempre se había considerado un agnóstico. Así que seguí con mi vida, y en 1º de la ESO mi abuela me dio mi primera cruz.
Yo me consideraba cristiana y de verdad pensaba que no había nada malo en mis creencias, pero de alguna manera u otra yo sabía que me faltaba un gran paso. Y ese era el de poder bautizarme, poder hacerlo todo oficial. Siempre se me venía a la mente, sobre todo cuando era pequeña y soñaba con mi futuro, como mi boda, y me estresaba el simple hecho de no poder casarme en una Iglesia. Sentía que no era justo y entonces hubo un día en que se lo explique a mi padre y me hizo entender que si de verdad uno creía en Dios, este sentimiento no se iría jamás, y por lo tanto una vez me hiciese mayor y llegara mi momento de casarme, entonces podría ir a hablar con un sacerdote y todo se arreglaría. Y esto que me dijo siempre fue mi plan, hasta que empecé la universidad.
Durante mi primer año, estuve en el colegio mayor Goroabe, y sin duda cuando llegué no supe todo lo que me iba a aportar en un año, porque no solo lograron que recibiera 3 sacramentos, sino que también consiguieron que fuera en la Vigilia Pascual con el Papa Francisco. Antes de empezar las clases de la universidad, tuvimos una convivencia donde los sacerdotes se presentaron, y sin tenerlo planeado previamente, uno de ellos, Don Martín, habló de la conversión. Eso para mí fue como un despertador, ya que sabía que no necesitaba convertirme, solo lo quería hacer oficial. Lo hablé con mi asesora, empecé mi catequesis y un día me preguntó si me gustaría bautizarme en Roma en el UNIV. En ese momento yo dije que sí, pero verdaderamente no entendí su pregunta. Yo pensé que, si se diese el caso, sería bonito que fuese en Roma por el hecho de ser Semana Santa, hasta que unas semanas más tarde, hablé con Don Martín. Me preguntó si estaba segura y así él poder empezar los trámites necesarios para que me pudiese bautizar el Papa. Y entonces me quedé en shock. Apenas hacía un mes en que me contaron que podría bautizarme, recibir la comunión y confirmarme en una sola ceremonia y ahora era posible que esto lo hiciese el Papa. Pensaba que era una broma, no me creía que de verdad podría tener la oportunidad de verlo. Obviamente, después de mi asimilación claro, dije que sí rapidísimamente. A pesar de la ilusión y la emoción, Don Martín me dijo que teníamos que rezar mucho ya que no era algo fácil de conseguir y las probabilidades eran bastante pequeñas.
Cuando se lo conté a mi familia, no se lo creían, era todo muy fuerte, pero la verdad todos pensábamos que no se iba a dar. Hasta que a la vuelta de Navidad me confirmaron lo que nunca pensé que llegaría a ser realidad. Naturalmente se lo conté a mi abuela nada más salir de clase y después a mi madrina, y su reacción fue la misma que la mía, no se podía medir nuestra felicidad. Esas pequeñas posibilidades que tenía al principio se convirtieron en momentos de alegría pura y lo mejor fue compartirlo con mi abuela. Como dice el Papa Francisco, hay que cuidar de los abuelos, y es que mi abuela, sin saberlo ha sido la propulsora de este gran sueño que he conseguido. Ella siempre estuvo ahí y sin duda su apoyo fue esencial en todo el camino.
Más tarde se lo conté a mis padres, y ellos sí que estuvieron en shock, pero estaban felices por mí. Tuvimos nuestros altibajos ya que claramente no fue un año fácil para ellos, pero valió la pena porque no solo logré su comprensión, pero también me acompañaron en el gran día.
Cuando llegó el día de la ceremonia, estaba muy nerviosa y los minutos se me hacían horas. Tuve el ensayo ese mismo día y solo pensaba en dos cosas: los nervios y las ganas que tenía. Al fin cumplía un gran sueño, de esos que no olvidaría jamás. Un sueño que llegó cuando era muy pequeña y el que no pensé que me iba aportar tanta felicidad, responsabilidad, un sueño que me iba a llenar. En el momento que vi al Papa Francisco llegar con el cirio Pascual me di cuenta de la gran importancia del paso que estaba dando. Ya no era aquella niña pequeña que pedía ser bautizada, ahora era una mujer consciente de lo que hacía, orgullosa del camino que había recorrido y con unas ganas gigantescas de poder alcanzar esa felicidad. Y es que cuando vi al Papa, cuando estuve frente a él, fue como si se parase el tiempo, no me quería mover, solo estar ahí y admirar el momento.
También es verdad que de los nervios me equivoqué al principio en una frase, pero no me di cuenta hasta bastante más tarde. Para ese entonces no me importó. Estaba con el Papa, me estaba bautizando, eso era lo importante así que no me preocupé. Era un momento para disfrutar y no para “comerse la cabeza” con los errores. Y lo que hizo que me tranquilizase realmente fue el Papa, en el momento de mi confirmación, cuando noté su sonrisa, aunque fueran unos segundos, y su abrazo. Literalmente no sé cómo describir ese momento, aun y ahora me cuesta creerlo, solo sé que ese minuto me llenó completamente.
En fin, fue un camino muy largo, pero lo viviría mil veces porque no fue solo la felicidad que sentí al abrazar al Papa sino también lo que sentí después. Ahora sé que esto es solo el comienzo de mi vida cristiana pero todo mi pasado hace que la quiera vivir con más fuerza, más intensidad porque creo en Dios ciegamente y sé que éste es mi camino para alcanzar la felicidad.