No sé si os habrá pasado alguna vez eso de tener que elegir entre dos cosas que son buenas. Son de las decisiones más difíciles, porque en ellas no se trata de decidir entre el bien -quizá arduo y apático pero para siempre- y el mal: suculento, seductor y atractivo… pero que después nos suele dejar tristes y vacíos.
Ocurre que el diablo nos conoce bien, y llega un punto en el que no nos ataca por donde sabe que ya no vamos a caer. La persona virtuosa, limpia de corazón, prudente, amiga íntima de Dios ve venir al hijo del mal y plantea la batalla lejos de los muros del castillo. Y, normalmente, la gana allí cuando el peligro aún está lejos.
Por ello, harto de fracasar, el demonio cambia la estrategia y se viste de corderito para que así lo dejemos acercarse, e intentar buscar que nuestras elecciones no vayan ya tan descaradamente hacia el mal, sino que más sutilmente nos plantea la batalla en la línea de la Voluntad de Dios, y nos hace confundir nuestra buena voluntad con los verdaderos planes que Dios tiene, para que elijamos de entre dos cosas buenas la que a nosotros nos parece mejor y no la que Él espera.
¿No se os ha presentado nunca la tesitura entre estudiar un poco más o detener el trabajo para ir a rezar antes de la cena? ¿Qué es mejor, estudiar un poco más o rezar? El otro día le pasó algo parecido a un colega: quería pasar ese rato con el Señor al salir de clase, pero un amigo le propuso invitarle a unas cañas para desahogarse por algo que le inquietaba. ¿Qué es mejor, rezar o vivir la caridad con alguien? O quizá la tesitura ocurra porque el Señor haya marcado un rumbo en nuestra vocación y nosotros lo posterguemos, por ejemplo, esperando a tener un buen trabajo antes de casarnos. ¿Es mejor casarse cuando creamos tener todo atado o confiar en Su divina providencia?
No hay una respuesta fija para ninguna de esas preguntas, porque para elegir entre dos cosas buenas hay que apreciar también las circunstancias y las posibles consecuencias de lo que escojamos. Y eso depende de cada uno… y de esos planes del Señor.
Para ello existe el discernimiento, que es, por así decirlo, el «descubrimiento cristiano» sobre las cosas buenas que se nos presentan para averiguar, ante todo, si es Voluntad de Dios.
Con esto, las preguntas anteriores podrían replantearse así: ¿Qué espera ahora de mí Dios en esta situación? o ¿Cómo actuaría Él ante esta tesitura? Y… como siempre… la respuesta casi seguro la encontraremos en la Sagrada Escritura y sus reglas de oro: toma las decisiones buscando amar a Dios y al prójimo como a ti mismo más haz a los demás lo que contigo te gustaría que hiciesen.