No sé si os pasa que el verano es, en parte, la mejor época del año porque, además de no haber clases, hace súper buen tiempo, puedes llevar la ropa más mona del armario, unos modelitos monísimos… a mí me pasa.
El problema está cuando las chicas en vez de «taparnos» para salir de casa nos destapamos, con la excusa del calor, del buen tiempo, de ponerse morenas… Pero verdaderamente, ¿qué pretendemos cuando nos vestimos así? ¿Cómo nos gusta que nos miren? La manera de vestir dice mucho de una chica, muchísimo. La moda viste la personalidad, cuando vestimos enseñando más de la cuenta ya estamos diciendo cómo somos, cómo esperamos que reaccionen los chicos. Pero, ¿sabes qué? A los chicos les podrás gustar un momento, pero no irán más allá, no les gustan las chicas «fáciles», quizá sí para un rollo de una noche, pero no para compartir su vida con ellas.
Vestirse bien es también valorarse, reconocerse como un tesoro que no puedes ir enseñando a la ligera ni a todo el mundo. Tu cuerpo vale mucho, Cristo cuando murió por ti lo hizo pensando tanto en tu cuerpo como en tu alma. No menosprecies tu cuerpo enseñándoselo al primero que pase. Puedes estar verdaderamente guapa no enseñando nada, y ¡lo estás! Vistiendo bien estás diciendo que no solo te quieran por tu cuerpo, por lo que enseñas, sino por tu interior. Parece un tópico «lo importante es el interior», y es verdad. Pero lo exterior debe acompañar a lo interior. Todo tiene que ir a una.
En definitiva, ¿prefieres que un chico te mire y gire la cabeza o que le dé un vuelco el corazón? Lo mejor que podemos ofrecer no es nuestro cuerpo. Conseguiremos que giren la cabeza, pero al rato ya la estarán girando hacia otro lado, porque, aunque el amor puede esperar para dar, la lujuria no puede esperar para recibir, me decía un conocido. Lo mejor de ti eres tú misma, no solo la ropa que llevas o tu cuerpo, Cristo mira mucho más allá de tu ropa, haz tú lo mismo.