Estamos acostumbrados a palabrería barata. Las marquesinas llenas de carteles apoyando una u otra causa, el metro empapelado a favor de X personas, los parlamentos plagados de camisetas defendiendo un pensamiento o el contrario… ¡Palabras por todas partes! ¿Sirven de algo las palabras? Sí, rotundamente sí, aunque como ya decía hace muchos años el bueno de Ignacio de Loyola: el amor ha de ponerse más en las obras que en las palabras. Eso nos hace pensar que la el problemón de las palabras huecas no es nada nuevo, que viene de bien atrás.
Hay personas que no necesitan hablar, cuando quieres darte cuenta ya han hecho eso que necesitabas sin haber abierto la boca. Esta actitud es «muy de madre», quizás porque el corazón de una madre sabe volcarse con las necesidades lo más rápido posible sin importar lo que suceda alrededor. La Iglesia, nuestra madre, también tiene esa actitud con nosotros, nos acoge sin necesidad de palabrería barata, nos enseña, nos hace caminar en la verdad…, pero, sin duda, es el Papa Francisco quien nos enseña cuál es el camino para cumplir la voluntad del Padre dándonos ejemplo, no con palabras simplonas.
Hace tiempo, me impactó una imagen del Papa Francisco abrazando y besando a un hombre totalmente desfigurado. Pensaba en qué habrían hecho todos esos que izan banderas a favor de la integración de unos u otros, en contra de tales o cuales medidas, etc. en su lugar, mi autorespuesta fue: es bastante probable que nada.
Muchas son las imágenes que nos deja Francisco demostrándonos que la misericordia es lo único que puede cambiar el mundo y terminar con las injusticias: desde invitar a pizza a los sintecho a colocar una lavandería en medio del Vaticano., una de sus últimas medidas promisericordia. ¡Así es nuestro querido Papa! No podemos quedarnos indiferentes ante todo lo que vemos a diario de la mano de tantos como nos dan ejemplo con sus actos, cojamos su testigo y comencemos a hacer del mundo un lugar mejor poniéndonos del lado de los últimos, que son la carne de Cristo y tengamos la valentía de mirarlos a la cara como si fueran el mismo Jesús.