“Lo han leído seguro… ¡si están todo el día conectados!” Miras y efectivamente: doble “tic”… “¿Pero entonces por qué no contestan?”…
Nos suele pasar cuando proponemos algo por el grupo de amigos de WhatsApp. Muchas veces nos ponemos nerviosos por el hecho de que no nos hagan caso, nos toca el orgullo. Eso sí, siempre hay un componente de tristeza real. Cuando hemos dispuesto elementos del plan pensando más en algún amigo, sabiendo que le haría especial ilusión o que le ayudaría por el motivo que sea (despejarse, conocer a alguien con el que crees que engancharía…).
Si nos fijamos, cuanto más hemos pensado en los demás, más nos duele que no nos correspondan. Pero nos duele por ellos, porque conociéndoles sabemos que podemos hacerles un bien que ellos, por lo que sea, no aceptan. Lo peor es cuando el motivo es el “palo”, la pereza… que no entendemos cómo a veces vence a lo que un buen amigo nos ofrece (¡hay que entrenarse!).
Es obvio que quien nos conoce más, si nos quiere, nos puede ayudar más. Conociendo nuestros defectos, pero también nuestro potencial, sabe proponernos aquello que nos hará felices. Por eso el fruto del amor es el crecimiento: nuestros padres, buenos amigos, novi@s… si nos quieren de verdad, ¡nos hacen crecer como personas!
Pues imaginémonos Jesús… el que más nos conoce, el que más nos quiere… Todo lo que nos propone y lo que nos enseña lo hace pensando en nosotros. Todas sus invitaciones van acompañadas su mirada esperanzadora que nos ve más humanos, más alegres, más perfectos… si las acogemos.
Y por ello, mucho más es su dolo si le dejamos plantado. Dolor – como veíamos – de amor, dolor de cruz. Sin embargo, qué bonito poder acompañarle en Misa, que es lo más grande que nos ofrece. Allí es donde experimentamos ese dolor de amor, que Jesús comparte con nosotros para que nos llenemos de la confianza de sentirnos plenamente amados. ¡No le dejes plantado!