Este titular tan sonado en todos los medios de comunicación procede de la encíclica Amoris Laetitia, sobre el amor en la familia. Parece que toda la encíclica se ha reducido a eso: los divorciados vueltos a casar y su acceso a la comunión. Igual es que no se ha sabido ir más allá, igual no se han sabido leer los 324 puntos restantes de ese texto. Tiene tal riqueza el texto que vemos con dolor que solamente se haya prestado atención a eso, el Papa, en él, habla del amor en todas las dimensiones de la familia: de ser hijo, padre, suegra, mujer, de embarazo, de matrimonio, de sexo… Seríamos necios si pensáramos que todos los noviazgos y matrimonios viven en la cresta de la ola las 24 horas del día y los 7 días de la semana. El amor de las películas de Hollywood no existe, amigos. Hay matrimonios que superan las dificultades, con ayuda, con gracia, con paciencia, etc., y hay otros que no las superan, el matrimonio se rompe por razones variadas y diferentes, de ahí que Francisco haga especial hincapié en esto: «[246] Los divorciados en nueva unión pueden encontrarse en situaciones muy diferentes, que no han de ser catalogadas o encerradas en afirmaciones demasiado rígidas sin dejar lugar a un adecuado discernimiento personal y pastoral.» El Papa invita al acompañamiento, al discernimiento personal y pastoral, cada uno, en su vida personal, actúa de una manera, cada uno es de una manera, las relaciones de cada persona son diferentes, ¿quiénes somos nosotros para encasillar situaciones y sentar cátedra sobre las relaciones ajenas? Aún así, el Papa invita al acompañamiento para guiar a esas personas hacia la conversión, para hacerles ver que en su vida tiene un papel importante Dios y su gracia.
Además de llamar al acompañamiento y al discernimiento, llama a la integración de estas personas, víctimas de relaciones caducas, de problemas que no han podido -o sabido solucionar-: «[243] A las personas divorciadas que viven en nueva unión, es importante hacerles sentir que son parte de la Iglesia, que «no están excomulgadas» y no son tratadas como tales, porque siempre integran la comunión eclesial.» Y esa es la realidad: estas personas no están excomulgadas. ¿No es, acaso, la Iglesia un hospital de campaña? ¿No es el regazo de la Madre que nos lleva al Padre para curar las heridas? La Iglesia no es algo etéreo, la Iglesia no es una especie de ente que vaga por el cosmos, ¡la Iglesia somos tú y yo -y otros tantos de la triunfante y la militante-, con Cristo a la cabeza! Si tú y yo no acogemos a las personas, ¿qué Iglesia les va a acoger? ¿Una especie de mano que los levante mientras duermen?
Hay una frase lapidaria de Francisco en Amoris Laetitia: «Nadie puede ser condenado para siempre, porque esa no es la lógica del Evangelio.» Os invitamos a rezar a partir de esa frase, a releer -o a leer- la encíclica con un corazón abierto y misericordioso con quienes no han tenido tanta suerte como nosotros en la vida o con quienes se han equivocado ¿menos?. Y también a rezar por la Iglesia y el Papa, porque, al final, es la oración y el Espíritu quien sostiene y alienta a la Esposa de Cristo.