No hay mejor manera para conocerse que viviendo juntos. Para mí no hay ninguna duda. Y, si la semana pasada hablamos de la importancia de, durante el noviazgo, dar pasos y entrenarse antes de la boda… ¿Qué mejor manera hay que yéndose a compartir piso? Suena genial.
Las estadísticas no opinan igual. Es bien sabido por todos que el irse a vivir con la pareja meses antes de la boda es una práctica habitual en nuestros días. Y también es bien sabido, como dijimos en la primera de estas catequesis, que en nuestros días asistimos a la mayor tasa de rupturas matrimoniales de la historia (2 de cada 3 matrimonios). Ya se ve que algo debe tener este método de «conocerse» que tampoco funciona.
Concretamente, el irse a vivir juntos durante el noviazgo tiene un primer problemilla, y es el de que empiezas a conocer a tu pareja descontextualizada y sin las herramientas necesarias para afrontar dicha convivencia.
Me explico. El noviazgo ya dijimos que consistía en conocer a la otra parte tal y como es. Pero eso, en una convivencia prematrimonial, se hace más difícil -aunque sobre el papel nos parezca más fácil- porque, estaréis de acuerdo conmigo, es fácil disimular los defectos y sacar las mejores sonrisas durante un tiempecito porque… total, en unos meses nos casamos; o también cabe la posibilidad de que el péndulo se vaya al polo opuesto y la historia acabe más o menos: demasiadas horas con este chinche. Mejor te vuelves con tu madre y que te aguante ella, que yo me busco a otro.
Decía que en esta época aún faltan herramientas para afrontar dicha convivencia, y es que faltan dos cosas muy importantes: el compromiso del «para siempre» y el sexo. Digamos que estas dos cosas son el culmen de una relación de noviazgo «top». La primera como entrega espiritual absoluta y la segunda como entrega carnal y perfeccionamiento del amor sin límites. Pero claro, ¿qué ocurre cuando esas relaciones sexuales se han venido dando durante la convivencia o incluso han sido el pegamento que realmente mantenía unida a la pareja ante las dificultades? Porque permíteme que dude que hayas sido capaz de vivir con tu novia como si fuera tu hermana…
Pensar que unos novios se van a vivir juntos para jugar al parchís es un poco de ilusos. Y ahí es donde está el desorden por el que convivir bajo el mismo techo durante el noviazgo no sea del todo buena idea. La entrega carnal plena -o sea, el mantener relaciones sexuales- es lo más que materialmente puedes darle al otro. Una vez que le das eso… ya no hay más. Porque la primera entrega tiene la grandeza de la novedad, de la sorpresa, del asombro… de ser la primera vez. Y si ya se la has entregado, ¿qué te queda para la noche de bodas? ¿Qué te queda por perfeccionar con el matrimonio? ¿Cómo le vas a sorprender? No ocurre así con la entrega espiritual, que durante toda la vida de casados se actualiza en cada momento que te das, y donde cada día puedes ofrecerle al otro un poco más de ti.
Resumo el razonamiento y acabamos. Irse a vivir con tu pareja parece que aporta grandes ventajas a la hora de conocerla, como puede aportar el que chicos y chicas vivan juntos en un piso de estudiantes. Estamos de acuerdo. Sin embargo, en el caso de unos novios es más que probable que se den varios pasos más allá de la simple convivencia, y es ahí cuando se produce un desorden en la relación y se alteran las etapas naturales del noviazgo. El amor no depende de la convivencia -quizá aquí está el error de partida- y por ello una convivencia no asegura el éxito, sino que lo que asegura éste es la generosidad, el conocimiento, la preparación y el amor mutuo entre los dos.
No sé si tenéis la experiencia (yo sí) de unos abuelos que se amaban hasta el extremo cuando incluso llevaban 50 años de casados. Ellos no se fueron a vivir juntos sino que se enfrentaron a la dureza del ambiente unidos, sin nada más allá que el tenerse el uno al otro. Y, puestos a imitar y a copiar modas… ¿Por qué no ésta que sí que realmente sabemos que funciona? ¿Por qué no un amor basado en que el otro sea todo y todo lo demás no sea nada? Pensadlo.