Sacerdotes mayores, enfermos y sobre todo escasos. Seminarios, en su mayoría, casi vacíos. Dicen que crecen las vocaciones religiosas, no así las respuestas a la llamada sacerdotal. ¿Qué va a ser de nuestras parroquias de aquí a unos años? Quizá se nos pasa por la cabeza alguna respuesta del tipo «no sé, pero no puedo hacer nada para evitarlo». Al menos es la respuesta que me dio un amigo hace unos días. Me da que pensar. ¿Nada? Al menos te queda la oración, le dije.
Esta semana interrumpimos la catequesis sobre el noviazgo para hablar de esto a propósito del Evangelio de la Misa del pasado viernes: la vocación de los doce apóstoles (Mc 3,13-19).
«En aquel tiempo, Jesús, mientras subía a la montaña, fue llamando a los que él quiso, y se fueron con él. A doce los hizo sus compañeros…»
Es curioso. Me llama la atención eso de que el Señor fuese llamando «a los que Él quiso», pero más aún me llama la atención el ver cómo esa gente no era ni por asomo lo mejorcito del barrio. No, no llamó a grandes personalidades, gente importante, rica e influyente. Sus apóstoles fueron gente del montón, como tú y como yo. Gente sencilla, pescadores, pecadores, cargados de defectos. El mismo Pedro -futuro cabeza de la Iglesia- dudó de Cristo cuando Éste le mandó caminar sobre las aguas y, tiempo después, lo negó tres veces. Judas lo traicionó. Santiago y Juan disputaron por sentarse a su derecha e izquierda en el paraíso mientras el resto de los apóstoles rajaban de ellos por detrás… e incluso, llegada la hora de la pasión, Pedro, Santiago y Juan se durmieron mientras su Maestro sudaba sangre, y todos, salvo éste último, salieron por patas ante los romanos y huyeron dejándolo solo. No, es evidente que no escogió a los mejores, pero sí que los quiso con sus virtudes y con sus defectos.
Quizá tú hayas sentido la llamada del Señor alguna vez y la hayas rechazado sintiéndote indigno. Pero el Señor no te busca porque seas el mejor, sino que Él tiene pensado un plan para que, siendo como eres: pecador, poca cosa, cobarde, inseguro, dudoso… puedas corregir en cierto modo tus defectos y saques con Su ayuda a Su Iglesia adelante.
Vio a dos hermanos, Pedro, y su hermano Andrés, echando la red en el mar, pues eran pescadores, y les dice: «Venid conmigo, y os haré pescadores de hombres». Y ellos al instante, dejando las redes, le siguieron. Caminando adelante, vio a otros dos hermanos, Santiago y su hermano Juan, que estaban en la barca con su padre Zebedeo arreglando sus redes; y los llamó. Y ellos al instante, dejando la barca y a su padre, le siguieron.
No me gustaría dejar así la cosa, porque este domingo el Señor nos ha vuelto a sorprender con la llamada a Pedro y Andrés, Santiago y Juan (Mt 4,12-23). Hasta en dos ocasiones resalta el Evangelio como los discípulos dejaron todo al instante y lo siguieron. Sí, todo e inmediatamente. ¿Qué tendría la llamada de ese desconocido para que «al instante dejaran las redes» y «al instante dejaran la barca y a su padre…» para seguirlo? Algo tendría… pero lo importante es que el Señor se valió de su respuesta, -que fue tan plenamente generosa, confiada y desprendida- para obrar por ellos cosas enormes. Y tú, ¿sientes esa llamada pero no te atreves a soltar aún tus «seguridades»?
Es otro el pasaje que tiene que ver con esto y que me gusta especialmente: aquel en el que el Señor llama y la gente con buena voluntad y ganas de seguirle… le pone excusas aparentemente muy lícitas: «déjame que me despida de mi familia», «déjame que entierre a mi padre» (Lc 9,59-62)… Pero el Señor, que reclama inmediatez absoluta y la entrega hasta de lo más lícito, no se detiene a esperarlos y continúa su camino. O aquel otro pasaje en el que el Señor llama al joven rico y éste no lo sigue con tal de no desprenderse de sus riquezas (Mt 10, 16-22). Quizá cada uno pudiera descubrir, leyendo esto, cuáles son esos obstáculos que pone o qué hay impidiéndole seguir realmente a Cristo. ¿Qué o quién es esa familia de la que despedirte? ¿Cuál es esa riqueza (que no necesariamente debe ser económica) y que el Señor te pide que dejes?
Como empezaba diciendo… la Iglesia no pasa por el mejor momento en cuanto a respuestas a la llamada de Dios. Dios sigue llamando, seguro, pero muchos no responden quizá por miedo, quizá por sentirse indignos, quizá con un sí a medias y temporal. Y amigos, la respuesta urge y las prórrogas ya vemos que no son algo que al Señor le encaje.
Este post os lo escribe un seminarista y, si mi testimonio os sirve, desde que entré en el seminario para seguir el camino que creo que Dios quiere para mí, y de la forma que realmente Él tiene prevista… soy la persona más feliz del mundo. Y si también os sirve que os lo diga: merece la pena. Nada, en mis algo más de 30 años cargados de todo tipo de anécdotas, me ha hecho sentirme antes tan lleno, libre y cargado de paz y alegría.
Solo se me ocurre acabar citando a Juan Pablo II en Cuatro Vientos y pidiéndote que veas este trozo de vídeo que a buen seguro te tocará el corazón: «si sientes la llamada de Dios que te dice: “¡Sígueme!”, no la acalles. Sé generoso, responde como María ofreciendo a Dios el sí gozoso de tu persona y de tu vida. Os doy mi testimonio…».