Con cara de susto aparecía un chico de 18 años en mi despacho el pasado viernes diciéndome: estoy enfermo; he contraído una enfermedad llamada perezitis. Mire, soy incapaz de levantarme para ir a Misa el domingo, estoy todo el día con el pijama puesto y no pego ni palo al agua. Para que vea: sólo he aprobado una de seis y no escribo un wasap a mi novia desde hace una semana. Y todo por la maldita pereza.
No es una enfermedad nueva, vieja como el hombre mismo, pero hoy se ha convertido en una gran epidemia entre la gente más débil, más indefensa, más expuesta: los jóvenes. Muchos de ellos se mueven por una serie de comportamientos que ya se han convertido en leyes: nunca tengas ganas de levantarte ni de acostarse; quéjate cuando te pidan un esfuerzo suplementario; estudia los exámenes el último día y, por supuesto, que sean ellos quienes saquen a pasear el perro que para eso lo pagan.
Es una enfermedad de mesa-camilla. De capítulo tras capítulo de tu serie favorita hasta terminar varias temporadas. Es una enfermedad que carcome el alma.
Pero se ha inventado una pastilla: diligencia. Es una pastilla que cura con efecto rápido, inmediato, eficaz. Solo tiene un pero y es que hay que tomarla.
Sin embargo, recuerda lo que dice el prospecto: te lleva a obedecer a la primera, ilusionarte con ayudar a los demás, no rehuir el esfuerzo sino afrontarlo, estudiar hoy porque es tu futuro mañana, levantarse a la primera. Es un medicina barata porque se encuentra en tu propia voluntad. Ánimo y no dejes de aplicártela cuando sea necesaria.