El otro día, una amiga que se ha casado hace poquito me decía: “En los cursillos prematrimoniales el cura nos ha tenido engañados. El matrimonio es algo muy grande, sí, pero de bonito tiene poco…”.
Entendí la visión del matrimonio que me quería transmitir recordando algunas escenas de las películas de Hollywood, esas que acaban con el apasionado beso de sus protagonistas bajo la leyenda: fueron felices y comieron perdices. Claro, deduje. Mi amiga es que pensaba que casarse era eso, ese flechazo que es lo que en el cine se nos muestra…, pero no la vida matrimonial que hay después. Y es que al matrimonio uno no va a enamorarse, sino a amar enamorado, que es muy distinto.
Me decía ese mismo día… “yo es que me casé porque estaba enamorada y pensaba que después mi Manolo cambiaría, pero mira… 3 meses y todo sigue igual”. Claro, volví a pensar. Aquí está el problema: el enamoramiento, las mariposas en el estómago que antes o después (casi siempre) pasan, el querer hacer al otro “a tu manera” –aunque pienses que es “por su bien”-. Y es que el amor es algo mucho más grande, es querer al otro como es.
Para eso hoy te lanzamos un reto: que vayas al matrimonio sin otro objetivo que el de hacer feliz a la otra persona tal y como es, con sus virtudes y con sus defectos que has debido descubrir durante el noviazgo. ¡Fijaros que actitud más generosa es querer al otro también con sus defectos! Y es que además… si él o ella no tuviera esos defectos… ¡te habrías casado con alguien distinto a la persona de la que estabas enamorada! Ella y él son como son por esos defectos que a ti te enamoran.
Ese amor del que os hablamos exige en primer lugar renuncia y olvido de uno. Sí, sí, estáis leyendo bien… porque la máxima felicidad tuya viene del ver feliz a la otra parte. Por tanto, el matrimonio además de grande, también puedes convertirlo en bonito si vas a él con esa capacidad de entrega. Entrega generosa –sin esperar nada a cambio-, paciente –porque es cierto que la convivencia cuesta- y sobre todo: total –sin reservarte nada para ti-, y que la otra persona te devolverá incluso aumentado porque entiende el matrimonio igual que tú.
De todos es sabido que, cuando uno entrega algo con el corazón, le resulta mil veces más bonito dar que recibir. No hay más que pensar en el último regalo que has hecho poniendo toda tu ilusión en ver y hacer feliz a la otra persona. El matrimonio es ese regalo continuo del día a día a base de pequeñitos detalles que enamoran. Ese regalo que a su vez debes saber encajar y agradecer como algo maravillo venido de alguien que te quiere, que lucha por amarte y donde su intención cuenta mucho más que el detalle en sí.
El amor lo describe muy bien esa escena de Notting Hill en la que Julia Robers le dice a Hught Grant: sólo soy una chica delante de un chico pidiendo que la quiera… (como soy).