Me llamo Esther, tengo 19 años, soy estudiante de enfermería y pertenezco a una familia numerosa dentro del “Camino Neocatecumenal”.
Mi vida se marcó desde pequeña por una frase: “si eres perfecta, todos te querrán”.
Asumiendo esta lógica con la que el mundo te bombardea, comencé a centrar mi vida en ser perfecta hasta el punto de endiosarme y pensar que realmente lo tenía todo: cuerpo, cara, chicos, notas, ropa, amigos, fiestas…
En este plan Dios no existía para mí porque yo era Dios. Hasta que un día una persona importante para mí, me dijo que yo era perfecta pero que no me quería. Y algo se rompió en mí. Destruyó lo que hasta ese día había sido mi motivo de levantarme cada mañana y empecé a ver que nada me llenaba y lo odiaba todo. Y tras un tiempo así, con sólo 13 años me quise suicidar.
A esa edad yo había escuchado unas catequesis de adultos para entrar en mi propia comunidad dentro de “El Camino” pero nunca me había parado a pensarlas hasta que empecé a experimentar que estaba muerta por dentro. Recordé que en esas catequesis se me dijo: “Dios te ama tal y como eres”. Así que por primera vez, me sorprendí hablando con Dios. Le reté: “Si existes y me amas, dame un motivo para vivir”. Cada mañana y cada noche le retaba con lo mismo e incluso comencé a escuchar las lecturas en la eucaristía para ver si era cierto que Dios me hablaría a través de ellas. Y lo hizo. Y yo empecé a sentir la iglesia como un imán que me atraía cada vez más. Sin darme cuenta, encontré mi sentido de vivir, ÉL. Y mi vida cambió porque dejé de mendigar vida a todo lo que el mundo te ofrece.
No soy perfecta, peco y Dios me vuelve a acoger una y otra vez a través de la Iglesia y la Virgen. Pero hoy puedo decir que no he encontrado nada que merezca más la pena que Dios.
“Él ha derramado su sangre para ganar tu corazón” Edith Stein.