Ya va siendo un clásico: el ciego de nochevieja. Sirve para empezar bien el año y pasarlo genial con los amigos, apunta a ser una gran noche. De pequeño en fin de año -si aguantabas-, lo celebrabas con los padres… pero ahora -los jóvenes- según vamos creciendo, salimos por ahí y lo celebramos con más gente. No hay quien se abstenga del botellón, que siempre acaba en un pub o discoteca en los que tienes que comprar desde ya las entradas para no pagar más luego en la puerta.
Sin embargo, aunque puede que lleves ya unos cuantos de años haciendo esto… ¿te has parado a pensar qué quiere Dios de ti en esa situación? ¿Hasta cuándo pillar el puntillo puede ser o no pecado? ¿cuál es tu misión como católico en esa situación?
Pues bien, nadie te dice que no vayas, no se trata de eso, pero sí es bueno que tengamos en cuenta que siempre, en cada momento, el Señor tiene un plan para ti. En medio de la fiesta, puede ser que tengas que dar tu alegría, tu consejo, tu saber estar… en definitiva, dejar actuar al jefe, sin dejar de pasarlo genial.
Respecto de estar atento para pillar el puntillo que nos haga estar contentos toda la noche y no tener un resacón por la mañana, hay una frase de un libro que nos puede ayudar mucho: «No beber una gota más de las que me permiten amar y pensar en los demás. No se trata de medir, de saber si el ‘puntillo’ es pecado o no. Lo que nos impide amar no nos interesa”.
Es importante tener todo esto claro, porque ser joven, salir de fiesta con tus amigos y pasarlo genial no está reñido. Pero sin olvidar nunca que la fiesta, el pasarlo bomba, el alcohol, bailar, la noche… están ahí y pueden hacerte pasarlo en grande, pero te sacian lo que pueden saciar, no más. Hay una sed de infinito, trascendencia y libertad que ahí no se saciará.