Mi vida es una historia de amor, ya que ha sido Dios quien la pensó y quien la lleva a cabo. Nací en Valladolid en una familia cristiana, tuve una infancia feliz, arropado por ese cariño familiar y protegido hasta del sufrimiento. Mi vida cambió y dio un vuelco a los 10 años cuando mis padres sintieron una llamada especial de parte de Dios que les pedía dejar la familia, amigos, trabajo y hasta el país, para ir a anunciar el Evangelio.
Japón fue el destino que Dios eligió. Perdí a mis tres amigos, perdí las vacaciones largas en el pueblo con los abuelos, tíos y primos. Perdí ese caramelo que me tenia contento siempre, al verme arrancado de esa protección que España me proporcionaba, para verme a la deriva en un país drásticamente diferente. Acudía llorando a la escuela, no entendía nada, la comida que ofrecían no la aceptaba mi estómago… y me veían como el foco de atención al ser el único chico con los ojos color esmeralda. El tiempo pasó y me fui adaptando pero sin acabar de entender la razón de todo aquel sufrimiento. En los catorce años que vivi en Japón nunca llegue a tener a alguien como aquellos amigos de la infancia.
Siempre quise algún amigo con quien compartir mis alegrías y mis penas. Alguien con quien pasármelo bien, reírme y hacer el tonto, etc… Mis catorce años en Japón fueron años de mucha soledad. Siempre he sido un chico alegre con humor y positivo, pero siempre con esa herida abierta. ¿Por qué tan solo? ¿Por qué me toco venir a mi a Japón? Sin embargo en esa soledad fue donde realmente conocí al señor. Fue en ese silencio de la soledad donde acudía al Señor a pedirle que me consolara. A dialogar con Él. Solo en el silencio pude escuchar al Señor. Y hoy puedo dar gracias a pesar de todo porque esa relación que tengo con Él, solo Japón pudo regalármela.
Se que Dios es el escultor y yo soy un cacho de tronco al que hay que dar forma. Cada acontecimiento de la historia, cada relación, cada sufrimiento es una marca que Dios me hace con la gubia para darme forma. Para hacerme a su imagen y semejanza. Yo, hombre débil, me quedo con el daño que me hace cada vez que me marca con su mano, y no me doy cuenta de la misericordia que tiene conmigo al dedicarme con paciencia su tiempo para parecerme cada vez más a lo que Él quiere que sea. Alabado sea su inmensa grandeza y su infinita misericordia. Dios en Japón me demostró que siempre estuvo conmigo y me dio a entender a través de muchos acontecimientos que El es la mejor compañía que puedo tener.