Hoy vamos a comenzar con esta pregunta: ¿sabes qué es ese pan que pedimos?
A simple vista todos podemos imaginar que solicitamos a Dios tan preciado alimento, o quizá que no nos falte algo que llevarnos a la boca a diario. Pensándolo sobrenaturalmente podemos llegar a la conclusión de que pedimos al Señor que un día más podamos recibirlo en la Eucaristía. Y, pensando todo esto, llevamos razón. Pero………
Pero hay mucho más tras esta nueva petición, porque sino la catequesis de hoy ya habría terminado. Mirad, lo primero que vamos a considerar en esa frase, y que ya ha aparecido antes, es «nuestro». Sí, no pedimos que nos de mi pan, sino que se lo dé a todos, porque aquí pedimos el bien del Cuerpo entero que es la Iglesia. Y es que vivir separados de Cristo y de Su Iglesia, a nuestra bola… ¡De qué poco sirve!
Santo Tomás de Aquino nos enseña hoy adonde se dirige esta petición y de lo que queremos a su vez ser liberados:
- En primer lugar al decir «de cada día» pedimos al Señor lo necesario, el que sepamos evitar la tenencia desordenada de bienes y la excesiva solicitud. ¿¡Cuánta gente conocemos que cuanto más tiene… más quiere!?
- También nos enseña a ser felices con lo que tenemos y que a muchos otros falta. ¿Cuándo, por ejemplo, dejaremos de quejarnos de si nos gusta o apetece la comida que a diario recibimos?
- Pedimos a su vez que nos libre de la ingratitud que surge de no valorar y agradecer todo cuando tenemos. No ya de querer más bienes, sino de no valorar los que ya he recibido.
- Por último, le pedimos que nos aparte de un apetito desordenado hacia las cosas que exceden mi estado y condición, que no son otras que las innecesarias para mi salvación.
Acabaremos hoy recordando ese pasaje del evangelio que nos alienta a confiar en Dios con esta petición, y donde se nos recuerda que los cuervos no siembran ni recogen pero nada les falta, o que los lirios se visten de tal forma que ni Salomón en todo su esplendor les hacía sombra. Si Dios hace eso con ellos, ¿qué no hará con nosotros que somos sus hijos amados? Valoremos, por tanto, lo que tenemos y dejemos de lado lo que pensamos que nos falta. Señor: ¡sólo quiero lo esencial y que tu me des! O como diría D. Francisco Pérez, arzobispo de Pamplona: Señor, «nada pedir, nada rehusar».