¿Para qué estamos en este mundo si no es para ayudar, acompañar y dar tu tiempo a los demás? ¿Quiénes somos nosotros para decir NO a un enfermo, para rechazarle una mirada, un saludo o para no sonreírle?
Los enfermos son la parte esencial de esta sociedad, su enfermedad no solo le ayuda a ellos a ser mejores, también ayuda a los de su alrededor.
Visitar al enfermo no es solo un acto de caridad, es aprender a regalar tu tiempo, a amar a los necesitados, es aprender a escuchar y comprender, sino hubiera enfermos en el mundo… ¿cómo aprenderíamos a dar de comer al hambriento, dar de beber al sediento, dar posada o vestir al desnudo?.
Los enfermos son los primeros a los que tenemos que cuidar, con un solo enfermo se podría realizar todas las obras de misericordia.
Sin ellos, el sentido del dolor y el camino a la mejora no tendría sentido, el sufrimiento y la aceptación de una enfermedad no lo comprenderíamos, ser un buen enfermo es saber llevar la enfermedad siendo feliz.
Jesús no se centra en los sanos y los justos, sino en los enfermos y pecadores, infundiendole la fe, la esperanza y aliento. Acogerles, escucharles, hacerles sentir comprendidos y amados por Dios, con ternura. Porque eso nos lleva a creer de nuevo en la vida y en el perdón de Dios.
Estar enfermo o vivir con una persona enferma es el mayor regalo que podemos tener, porque mientras ellos aprenden y viven aceptando su enfermedad, los de su alrededor nos ayuda a tener un pilar por lo que vivir y dar gracias Dios cada día.