Hoy en día, ser cristiano y tener un amigo gay puede parecer un problema: a mí me parece que no. Es más, creo que es algo positivo, el verdadero problema sería no tener amigos… Pero a veces nos liamos, porque parece que hay una serie de clichés que no pegan con el cristianismo… Cualquiera consideraría muy improbable, o incluso contradictoria, una verdadera amistad entre un cristiano y un marxista, un feminista… o un homosexual.
Como siempre, los prejuicios siempre consiguen confundir y estorbar. La amistad nunca es un problema, tener amigos es una suerte, un regalo que ha de ser siempre motivo de alegría y agradecimiento. Algo distinto sería lo que se suelen llamar “malas amistades”, es decir, que el que consideramos nuestro “amigo” en realidad no lo sea, o no se comporte como tal; que no tiene nada que ver con que sea homosexual…
Lo importante al final es, ante cualquier amistad que tengamos, preguntarnos: ¿este amigo me ayuda a ser mejor cristiano, a ser mejor persona? ¿Le ayudo yo a él a serlo? Si somos capaces de responder notaremos enseguida la seguridad tan grande que acompaña a la amistad. Confiaremos más en ese amigo, sea gay o no.
Por último, es verdad que el camino cristiano, el que nosotros recorremos y queremos que nuestros amigos recorran para ser felices, nos lleva a metas distintas de las que hoy en día se han pensado para los homosexuales: ¿eres gay? Pues compórtate como tal, ¡que el amor es libre! Por ello, es normal que compartamos nuestra forma de ver las cosas, y que les podamos ayudar – como verdaderos amigos – a que encuentren el modo de vivir el amor y la afectividad que a nosotros nos llena. No sería natural ocultar nuestra visión de la sexualidad, que para nosotros es un verdadero camino de alegría y de plenitud personal.
Este compartir está íntimamente ligado a la amistad, y surgirá en mil ocasiones, de la forma más natural y espontánea. Una amistad que no puede ser forzada, sino que consiste en querer de verdad al otro, en disfrutar con él y en crecer juntos respetándonos y amándonos.