Primeras miradas, primeros encuentros y primeras impresiones.
Párate a pensar y reflexiona sobre las millones de personas que has conocido a lo largo de tu vida y que has juzgado bien o mal. Piensa en aquellas que no parecen nada y lo son todo, y en quien parece serlo todo y no es nada.
Es curiosa la gran influencia que tiene en nosotros la apariencia, el intentar conseguir una imagen que nos defina de una manera a los ojos de los demás independientemente de si somos de esa forma realmente.
Lo que mostramos por fuera al mundo es el resultado visible de lo que sentimos interiormente, la expresión terrenal del alma. Una sonrisa puede ser el reflejo de una vida satisfecha, unos ojos abiertos y amables el de un amor inagotable; incluso un andar decidido y una postura cómoda pueden reflejar una vida sin complejos y en armonía con Dios.
Sin embargo, ¿qué pasa cuando satisfacción o la armonía interior nos falla? Somos personas: nos equivocamos, fallamos, estamos tristes y enfadados; así es muestra naturaleza y así es el pecado. Pero, ¿debo entonces engañar a los demás mostrando una belleza exterior que no refleja la interior? ¿Debo engañarme a mí mismo y engañar también a los demás? No, no y no: porque aunque la mona se vista de seda, mona se queda. Aunque intentemos engañarnos, la verdad de nuestra alma es una. Eso es lo que cuenta para Dios, que nos conoce, y lo que debe contar para nosotros: porque solo la Verdad nos hará libres.
No te engañes, no seas algo que no sientes, siéntete algo! Si tienes en el interior algo que no te gusta, algo que no quieres ser, CÁMBIALO. Busca el motivo, la causa del pesar, encuentra lo que te aleja de ÉL y lo que te hace sentir así; y entonces, aprende de ello y supéralo. Siempre hay tiempo para cambiar, para embellecer tu alma y acercarte a Dios: porque lo que haya en tu interior (esos deseos de luchar por mejorar) es lo que de verdad te hará feliz.
Mamen de Loma-Ossorio