Hoy en día lo que más nos mueve son los testimonios. Es muy atrayente conocer a una persona feliz y saber que imitándola nosotros también lo seremos.
Esto no es algo exclusivo de nuestros tiempos, siempre ha sido así. Por eso es muy difícil explicar la expansión de la Iglesia considerando a Jesús como un mero predicador. No fueron solo los discursos de Jesús lo que movió a los apóstoles a seguirle, fue algo más, algo que hoy también nos puede mover a nosotros: su testimonio.
Los apóstoles no se lanzaron, sin más, a “seguir las enseñanzas teóricas de su maestro”; lo que hicieron fue imitar la vida de Jesucristo, entregarse como Él. Y lo hicieron porque creían que era el Mesías, el Hijo de Dios, que se había entregado por ellos en la cruz y que había resucitado. Ellos sabían que si daban la vida como Él también resucitarían con Él. Este fue el testimonio que dio Jesús y que creyeron los apóstoles y los primeros cristianos.
Ahora bien, quizá nos pueda dar la sensación de que el cristianismo nos llega como algo lejano, que no atrae seguir el ejemplo de alguien que vivió hace dos mil años… Sin embargo, Cristo se ha quedado con nosotros para seguir dándonos testimonio en la actualidad. Por un lado, en la Eucaristía, donde vuelve a morir y a resucitar por nosotros. Por otro lado, a través del testimonio de cada cristiano, que está llamado a identificarse con Cristo en el mundo.
Miremos a los santos, ellos nos enseñan que podemos imitar a Cristo en cualquier tiempo y lugar, con la ayuda de la gracia y siguiendo el ejemplo de otros cristianos.